Selección por Mario Pera
Crédito de la foto Ed. Sílaba
19+1 poemas de Ojos de par en par.
Antología de poetas hispánicas (2021),
coord. de Luz Mary Giraldo y Martha Canfield
Diana Bellessi
(Santa Fe-Argentina, 1946)
Sin alcanzarle el sentido
Hoy es nueve de julio y en mi país
le dicen día de la independencia
como si hubiera sido así y aún
no anduviéramos independizándonos
siempre y sin lograrlo de la maldita
hambruna que nos encadena a estos
de aquí y a los de afuera mientras ellos
festejan con cinta celeste y blanca
es la pena más negra la de la panza
vacía, negros los dientes cariados,
la bronca negra y negro el aliento
del que no tiene trabajo, señores
tan trajeados pidiendo palo al grito
de saquen ya estos negros y se mueran
solitos donde nadie los ve, ¿qué
me querés?, qué nomás ha sucedido
sin alcanzarle el sentido a la dicha
independencia de mi país, blanco
y celeste sobre el lomo de la historia
que se vuelve roja aunque les pese
cortando puentes y no la muerte
a escondidas donde el nueve se acomoda
en su mentira noventa veces nueve
y se festeje, algo sobre la tierra
Amor de cetrería
Las siete y mengua la tormenta
el gris acero de las nubes se disuelve
en rosa tenue y pareciera
decirnos está bien, hay tregua
como si el cielo nos pusiera una cara
de niño o de cordero antes
de entregarse a la negra noche
sedienta que lo espera para acunarlo
en el más claro de los sueños
y venga así a nosotros
demente y hermoso al otro día haciéndonos
olvidar bajo el pacífico
sol la tormenta por entero
como si el viernes de la cruz fuera contiguo
y solo uno con el nacer dulcísimo
que se renueva sin cesar
hasta esa hora ciega parada ahí enfrente
donde ni siquiera el amor
te salva cuando la noche olvida ser madre
para salir de caza
Piedad Bonnett
(Antioquia-Colombia, 1951)
Las cicatrices
No hay cicatriz, por brutal que parezca,
que no encierre belleza.
Una historia puntual se cuenta en ella,
algún dolor. Pero también su fin.
Las cicatrices, pues, son las costuras
de la memoria,
un remate imperfecto que nos sana
dañándonos. La forma
que el tiempo encuentra
de que nunca olvidemos las heridas.
En un futuro
En un futuro hablarán de estos tiempos,
y es posible que la memoria guarde
la voz del pregonero que en las calles desiertas
se hizo eco del mundo como existió algún día.
Alguien nombrará el miedo y sus cerrojos
y otro hablará del hambre desde sus cicatrices.
O del pasmo, del hilo
a punto de romperse,
de las lunas no vistas, del mar que ya no estuvo,
y de todos aquellos
a los que no alcanzaron nuestros brazos.
Nadie, en cambio, podrá dar testimonio
de cómo se llenaron de imágenes los sueños,
ese otro rostro de la poesía.
Y de cómo los hombres, con las alas cortadas,
inventaron caminos en sus noches,
y tocaron el mundo de nuevo con sus manos,
sembrando árboles y tempestades
en la pequeña nuez de su cerebro.
Que es donde, finalmente, nace el mundo,
y donde muere.
Nadie hablará tampoco, eso es seguro
de la aridez de los amaneceres.
(inédito)
Carmen Boullosa
(CDMX-México, 1954)
Delirios
En su lecho de carbón y de herrumbre,
el cadáver delira:
inmóvil ve cruzar las espadas peligrosas
chocando a diestra y siniestra sin descanso.
El cadáver escucha:
Trocan trozos de lecho las espadas, hacen saltar las aristas de las
[piedras,
muescan la arena del piso.
Levantan astillas, el moho, las escamas de la herrumbre.
Echan a volar volutas y duras esquinas,
se encajan, se zafan de los encajaderos.
El cadáver suspira:
¿no hay reposo? (pregunta)
¿no podría soñar cómo pule el viento las piedras,
cómo apoyan las plantas el primer paso del niño?
La sonrisa del primer paso, pregunta.
Inmóvil el cadáver oye la desesperación
del abrazo,
ve las espadas, la desnudez,
el quejido de la mujer, el quejido del hombre;
musitan,
se temen el uno al otro. Abandonan la apariencia de sus caras.
¡Sus cuerpos son reventadas tripas,
el músculo herido en la fiebre del galope,
esa pata rota del caballo!
¿No podría oír el tierno roce del abrazo?
Los dos son rasgaduras,
son filos y llamas y el jalón del potro y la armadura reventada por la bala.
No tienen piedad. El cadáver delira.
¡Debieran caerse al agua!, dice el cadáver.
¡Soltar las espadas, dejar de comerse el uno al otro!
Permanecer. Abandonar la traición,
acomodar las mandíbulas,
ya no desencajarse.
Cerrar las piernas. Doblar las rodillas.
Apoyarlas en los reclinatorios del templo al que los cuerpos acuden
[vestidos.
¡Ahí nadie se acuesta, nadie blande la espada arisca de la desnudez!
Olvidar el torvo apetito, la desesperanza,
y, enfrente de todos,
cubiertos por el agua tibia y espesa de las miradas,
abrazarse.
¡Tiren la espada! ¡No maten ni trocen!
¡Dejen un momento de matarse!
María
Yo únicamente quería un hijo.
No pedía más.
Casé con un viejo.
Le reverdecí para una noche la vara.
Nació el pequeño, y lo adoré,
tanto que un día nos volvió vino el agua de las vasijas,
¡todo me lo hacía alegría!
Mi problema
es que no lo tengo a él, el que yo quería.
¿En qué estábamos?
Por mi parte,
pueden dar por hecho el que yo me haya perdido.
Solo lo quise a él,
lo demás no lo tengo.
Ahora se lo llevan a la cruz,
después de habérmelo atormentado.
¿Y el corazón de la madre, no les importa?
Parecería que no.
Por lo menos hasta que mi hijo muera,
no hay piedad sobre la faz de la tierra.
Que pase lo que pase después de que él se me haya muerto,
¿qué más me da?
Mariella Nigro
(Montevideo-Uruguay, 1957)
Poesía
ir de lo ceñido a lo vasto
desde lo opaco a la centella.
Ida Vitale
I
Allí en el centro el eje refulgente
la armadura de adentro
el numen comprimido hasta el vértigo.
He entrado en la carcasa vacía el cofre
donde va la menudencia
ingrávida la invertebrada rosa.
Y si en el minúsculo templo
la ojiva sagrada de perfil
dentro de una palabra
el poema entero muestra
llego a ver la luz que enceguece
como en las tumbas
el entreabierto redil de los huesos.
II
Escancia el agua más pesada
y el tormento
es no beber sino una leve gota.
Qué más hollado que ese retablo blanco
donde inscribe el pensamiento su deseo
(invisible filigrana la escritura
sobre pozos inundados,
inservible contraseña la palabra
en la antigua bloqueada
servidumbre de paso)
qué más herido qué más seco
que el poema aún no escrito
y esa sed de la página en blanco
y esa humedad atroz
de lo innombrable.
Orden del duelo (4)
Los niños de alas quebradas
los desamparados de nombre quemado que hurgan en las piedras la locura
las mujeres muertas en la intimidad
o bajo las piedras.
Los huesos enterrados en la estancia de la nada
y la vena de hijo cortada en lo oscuro.
Pero tiene el almita un centro resistente: está allá arriba
con la luz que ilumina al juez su veredicto.
María Ángeles Pérez López
(Valladolid-España, 1967)
Por las mañanas marcho a cazar el bisonte,
me cubro con la piel primera de mi mundo,
las flechas son del hombre que acompaña
su sueño y lo acompasa con el mío,
él marcha por su lado y su vereda
para escribir su parte de la historia.
En la mía estoy sola como siempre,
oliendo el miedo atroz y ese reguero
de huellas que conducen al combate.
Esas otras mujeres no cazaban
–las que miran desde antes y sonríen–,
alentaban el fuego y su videncia
ocultas en la sombra de su vientre,
maternas y cubiertas de maíz.
Pero ahora los tiempos son distintos,
la tribu no conoce la memoria,
he aprendido las marcas del venablo
y entonces hago mío el sufrimiento
de atrapar, de arrojar al animal
hasta su muerte escrita desde siempre
y llevarlo arrastrando, desollada,
también yo desteñida de su sangre.
Cuando vuelvo a la tarde me siento a llorar
porque advertí que el miedo es infinito,
y traigo roturadas sobre el rostro
las mías, las heridas de la lucha.
Soy responsable entonces de un pedazo
inmenso del dolor de la contienda,
de que cumplan su plazo algunas leyes
como la universal ferocidad,
de un trozo de la carne y de la lágrima
con que el bisonte sirve mi sustento.
Una
caravana
larguísima
sube
del sur
al norte
mientras
yo escribo
al revés,
hacia
abajo,
cabeza arriba
y con el rostro
abajo.
Pero
mi sangre
impugna
las leyes
de la ciencia,
como si
pudiese
llevarle
a
Newton
la
contraria.
Cuando
se iza
sin dios
ni pergamino
¿qué
le
queda
al
poema
más que
gritar
sin
boca?
Tania Pleitez
(San Salvador-República de El Salvador, 1969)
Breve diálogo entre mujer y niña
(fragmentos)
Mujer
I
Se busca la cabeza
de una niña
por toda la ciudad.
Tierra y lombrices en mi mano.
Esa será mi tumba,
o el mar,
o el río.
O quizá mi cabeza también ruede y se pierda
lejos de mi cuerpo.
Niña
IV
Piedras
raíces
culebras
compactas en la tierra.
Caigo
en el olor a óxido
y no llego nunca al fondo.
Será que el fondo no existe.
Será que es ese el destino humano:
no terminar de caer.
Mujer
V
Caigo en una casa
donde suena un reloj de péndulo
y una niña a oscuras se sienta en el suelo
a escuchar el rumor de los fantasmas
que conversan en su corazón.
VI
Y caigo en un charco sucio.
Es la bilis de un hombre lejano
que la ama tanto que la insulta,
pinta una berenjena en su piel.
Nado fuera del charco
y se me adhiere el aire nuevo, florido.
No le escupo a ese hombre.
Suficiente con decir basta y salir.
Mujer y niña
XIII
Soy piedra.
Piedra de río.
Lisa, ovalada.
Dura.
Un cofre de silencio.
No estoy muerta.
Los átomos giran dentro de mí.
Y siento la corriente del río
que mueve la tierra
y salgo rodando hacia el mar.
Somos música:
agua, piedras, remos,
musgo, huesos, lluvia.
Su beso de agua
sobre mi espalda dura
es segundo eterno de arena y sal.
Soy de río y soy de mar.
Soy espíritu melodioso e imperfecto.
Cíclope con tercer ojo.
Desafino el canto de la higiénica maldad.
Tu casa es mi casa
Mi rotura es larga pero no lloro.
La angustia gatea en mí
pero no estoy sola. Estás tú,
pequeña en el umbral,
en el escándalo de mi sangre.
Nuestra casa,
la esfera abatida de la preguerra.
Giovanna Pollarolo
(Tacna-Perú, 1952)
bien difícil es ser la musa de un poeta en estos tiempos
eres su mujer y él se aprovecha
de todas esas imágenes que lo asfixian
una casa una mujer unos hijos
y él hubiera querido alas
pero construyó una casa
lee el periódico y hace el amor durante el día
cada vez con menos entusiasmo
con más desasosiego
por las noches escribe
habla mal de ti
y cuando te encuentras en esos poemas
quisieras borrarlos porque a romperlos no te atreves.
eres solo la musa de un poeta
que no canta que se aburre
aunque después explique que no es por ti
eres apenas el pretexto
para desencadenar viejos fantasmas
para ocultar viejos pesares.
quizás hubieras querido ser la musa
de un poeta de otros tiempos
y aún esperas ese poema que un día soñaste
cuando no habían construido una casa.
El sueño del bodeguero
La palabra bodega la aprendí en Lima,
en Tacna decíamos despacho
y antes era pulpería
ser pulpero o hijo de pulpero
enorgullece a algunos y avergüenza a otros.
Mis abuelos tenían un despacho
estantes altos llenos de latas
cajones de fideos, azúcar, arroz
medio kilo de harina, madama
le decían
y ella colocaba un papel en la balanza
papel café, de despachar
cogía las dos puntas y le daba vueltas admirablemente
yo miraba, quería aprender
olía el despacho a aceitunas
a queso fresco, a vino que el abuelo compraba
en las bodegas después de probarlo y saborearlo.
Me gustaba hacer paquetes
caminar entre sacos y barricas
el olor a kerosene del piso de madera
y cuando me preguntaban
qué vas a ser/a hacer cuando seas grande
sin dudar yo contestaba
atender en un despacho igual a este
y se reían de sueño tan pobre:
no habían hecho tremendo viaje
para que la nieta terminara como ellos
detrás del mostrador.
Y me mandaban a estudiar, porque el que estudia
aunque sea mujer, triunfa.
Márgara Russotto
(Palermo-Italia, 1946; venezolana)
De todas las que soy
poco prefiero
la abeja industriosa en su trajín,
o la cigarra aplastada en el verano,
tampoco aquella cebra distraída en las alturas
que tan diversas de mí
siempre andan.
De todas una sola me acongoja:
la salvaje
atravesando el lodo,
la extraviada oveja
la alocada y perdida de ti.
A esa junto al fuego acariciara
y con manta seca le abrigara el frío.
Por esa sola de rodillas te diría:
¡Basta, Señor!
Abandona tu enojo
que nada has entendido, mi Señor,
mi inalcanzable
mi iracundo
patriarca.
4
Aquí se vive en gerundio
Como viajando en tren
Yendo o viniendo
Como a medio camino
cabalgando un camello
Como a punto de ya, de ahorita mismo
Es como si dentro de poco
De un momento a otro
Es como tener la maleta en la sala
días y días
Días y días estar partiendo
y llegando
Es como estar de visita
Un saber circunstancial
Como hojear por encima
una lectura en el dentista
Es como esquivando el
aprendizaje de los nombres
Las calles los números las reglas
Es como teniendo pereza
O esperando que sirvan la sopa
un mediodía brutal
Es como sabiendo que mi padre
vendrá pronto
Él me conoce
Sabe quién soy
Me tomará de la mano:
Basta
Fue un malentendido
Ya pasó, no llores más
Ponte el abrigo y vamos a casa.
Mirta Yáñez
(La Habana-Cuba, 1947)
Notas impresionistas
Nadie escoge su destino, solo en parte,
pero un camino anula al otro,
y él fue proscrito,
visionario, emigrante, todo lo peor.
No temió probar las ambigüedades del vino,
ni el arduo roce de la virtud;
tuvo amores funestos,
compuso versos arrebatados
y desafió a la autoridad.
Perdió la vida muy joven y trágicamente,
como un propio héroe de folletín pasado de moda,
y nada, ni siquiera la rutina,
limó su rebeldía.
El revés de la vigilia no es el reposo,
sino el péndulo herido por el fuego de la zozobra.
Conferencia
Pretendo explicar algo a mis alumnos
que todo lo preguntan, la palabra,
impura,
las conjeturas sobre aquella página trémula ya tan distante,
qué se hizo de la furia manirrota en que se empeñaban
los antiguos poetas,
dónde va el rumor de los capítulos amarillentos,
el crujido de las mamparas y los versos,
indócil polen que me gana la vida,
la pasión impresa, detenida en los celajes,
ese frío soplo que nos separa.
Cómo puedo saber yo del perfil inquieto,
encendido apenas por el fuego enamorado de la adolescencia.
Los profesores no disertan del amor personal,
del sufrimiento leve,
ni de la nostalgia por la loseta crucificada en la penumbra,
allí también arde un corazón impensado,
sigan atentos a mi charla,
tras ella se esconde mi propia página trémula, mi furia,
el rumor, las mamparas.
Mané Zaldívar
(Santiago de Chile-Chile, 1953)
Ley de gravedad
Solitaria en su caudal
Caliente y fría
Húmeda y ardiente
Salada y olorosa
Serpenteante y sin tropiezo
es la huella que
deja en su camino
esa lágrima
que recorre tu cara
antes de caer al
vacío
Sentarse, tomar el lápiz, escribir
Caminar lento, pero caminar
Inventar un movimiento de cabeza
Levemente girar el cuello hacia atrás
Luego volverlo a su postura inicial y
Trizar la sal de las articulaciones
Sentir el esqueleto
Cerrar la boca
Abrir los ojos
Despejar la nariz
Percibir una tenue luz que baña los contornos
Y delinear algunas borrosas siluetas conocidas
Llorar de frío o de calor, no de sobresalto
Respirar, con cierta naturalidad, respirar
Transitando sobre las horas con el corazón acompasado
Entrar en la noche como el sol en alta mar
Dormirse al son de ruidos familiares
Despertando sin necesidad de tomar el antídoto
Para el veneno que trae el nuevo día.
Amanecer, como un dedo índice saliendo de la tierra