13 poemas de «Casa de cambio» (2024), de Martín Barea Mattos

 

Por Martín Barea Mattos*

Crédito de la foto (izq.) María Pía Galvalisi /

(der.) Eolas Eds.

 

 

13 poemas de Casa de cambio (2024),

de Martín Barea Mattos

 

 

No hay carpintería en las rocas sino canteranos

Picar la piedra es la base de la casa.

Somos de madera, nuestro costillar bote.

Y rema el corazón.

Y nuestro amor es un escándalo

y el amor dos escándalos.

Y el corazón óxido en aguas:

candado de carne.

Sentir, una bacteria portando nombres.

Y las cortinas de lluvia cubrirán al sol

y todos a trabajar.

Y me quedo con la poesía:

engendro que nace muerto pero está viva.

 

 

 

China

 

Era una noche pequeña como una piedra en el recuerdo del sueño.

Era piedra pequeña durmiendo en el puño de la noche.

La noche tenía dos manos:

en una a Carlos Baúl del Aire que dormía como una piedra pequeña

y en la otra al despertar vacío:

la mano abierta ya sin piedra.

Así dejó ir Baúl del aire su máquina de escribir poemas.

Por una ventana abierta en manos ajenas.

Fue la brisa del sol nocturno y confiar en el cielo vecino,

más un litro de vino pensado en su cintura

que lo dejaron puteando y revolviendo

La puta madre. Debo tener respaldo en disquete,

en papel, en pendraiv,

en una cuenta de la Red Residual.

Nada.

Nada como una piedra.

Nada.

Como una idea.

Y a llorar al cuartito.

Como una piedra pequeña.

 

El poeta Martín Barea Mattos.
Crédito de la foto: María Pía Galvalisi

 

Un poema repetido mil veces es un trabajo,

un poema repetido mil veces

es un trabajo.

Un poema repetido mil veces

es un trabajo:

como un ajo,

como un ajo,

como un ajo.

 

 

 

Trabalenguas

 

La carroña de la carroña

 

¿Te acordás de lo que vimos, hermoso cuaderno esa linda mañana de verano                                                                             

cuando nos encontramos?

Una carroña nuestra

colorida y asquerosa en la filosa intersección de las esquinas.

Con su tapa levantada,

como un toldo caliente

transpiraba venenos y brazos revolvientes.

Contenía de manera descuidada y cínica

el vientre lleno de gases y el hambre.

El sol pegaba en la mugre

como para cocinarla

devolviendo cada moneda a la naturaleza del hombre

en todo lo que ella para él había trabajado.

 

El cielo miraba la magnífica antropofagia

como si fuera una flor plástica y carnívora.

El olor era tan fuerte que pensaste

que te ibas a desmayar ahí, en el asfalto.

 

 

Arriba del espectáculo podrido revoloteaban las moscas

y salían batallones diseñados

de larvas que se movían como un negocio sucio

en esos abundantes cachos de vida.

 

Todo se hundía y se hinchaba

como el brillo del orden de las góndolas

como un surtido anual movido por diez dedos,

cuya muerta vida creciera en sí misma.

 

Y ese mundo hacía un yingle extraño

como el agua empetrolada, el viento con alarmas

o la bala agitada en su lamento rítmico

al golpear de los fideos, el colador.

 

Se sumaban los bordes. Era como un meta-delirio-virtual.

Como el mamarracho arquitectónico sin fin

de un restorán abandonado por su chef

antes de apagar la cocina.

 

Atrás de las bolsas había una rata y detrás una madre con su niña

que tienen en sus ojos la furia

y esperan volver a morder

la rica comida que tuvieron que largar.

 

 

¡Y pensar que vas a ser igual que esa basura, querido cuaderno.

Que vas a estar igual de desechado y podrido,

vos, el blanco de mis ojos,

vos, el silencio de mi vida,

voz mi bestia, mi pasión!

 

Así tendrás que ser cuaderno de quejas de mis encantos

después del consumo.

Cuando en la vereda y sobre el asfalto

crezcan hombres entre precios.

 

Sí, mi amor. Contale a los dedos

que van a tener con vos una fiesta de descuentos.

Que guardo el deseo y la oferta divina

de los amores descompuestos.

 

 

Medio ambiente

 

Circo de pulgas.

 

Mercado de gaviotas.

 

 

 

Pandemia

 

 

 

 

Tapabocas

 

 

 

 

Carlos Baúl del Aire escribió en el Cuaderno de quejas de la Guerra

 

Una noche estaba con una judía horrible.

Claro, mis flores eran dengue. Un florero en verdad sin flores de verdad.

Como una montaña de fotos de muertos y muertos.

Como un fotógrafo tendido junto a otros. Como una pila de cópulas abortadas en la puerta del Ministerio de escarapelas.

Muertos alquilados por una cadena internacional de noticias.

Cadáveres parte de un contrato tendidos de la mano:

una noche de luna esvástica

en que estaba junto a una hermosa judía que no vestía verguenzas en el canasto del picnic.

Y nos echamos bajo un árbol del campo de concentración.

Hay mucha madera en los cadáveres, gemíamos. Yo la enterraba y revivía.

Y los hombres feos son menos peligrosos que las mujeres feas.

Y los hombres muertos también.

Y el árbol que cae levanta raíces y terrones de tierra.

Y también gime.

 

 

 

Escribió, Carlos Baúl en el Cuaderno de quejas del Mc

 

El amor es arte de altanería,

no bajen el pico.

Recomiendo dejar a los niños con las cigüeñas

para que lleguen a mejor vientre.

¡Allá vuelven las naves migratorias

pariendo fuselajes en las armas del árbol que ha encargado

dios y hamburguesas!

Y así, sangrando sobre el pan con sésamo

se escurren en un taper de piedra

y chillan recién nacidos como una grosería.

Carne sobre carne sobre carne,

encías de la carne.

 

Provocan timbres equivocados

como un recién nacido cae equivocado

como una bocina de hamburguesa en el tránsito.

 

Como cuando dicen, Señor

y la puta bomba de tu hamburguesa amputa

al niño Jesús en el tránsito.

 

 

 

Susurro de la piel abismal del mar

 

El mar descansaba digiriendo ya su ingesta.

Animal echado

al vaivén del respirar.

Tendido en su pelaje,

flotan enfermos hombres

que han sobrevivido.

Están con piernas desaparecidas en aguas,

aferrados a la trama del hálito:

al susurro de esa piel

abismal de mar:

Aquí no hay roca sino agua.

Agua y nada de agua.

Y la marea es el camino. La marea como una mancha desde allá arriba,

desde satélites.

Que serán chatarra, marea y nada de agua.

Si hubiera agua en el agua no moriríamos de sed.

Y, sin embargo

moriremos de nada de agua en el agua.

Porque no hay vaso ni grifo en la marea.

Y no me puedo poner de pie,

a pensar por qué flotamos en la maraña.

Somos pesca plástica en vísceras de gaviota:

 

 

gaviota parca, gaviota calavera, gaviota muerta de hambre.

Nosotros,

fabricantes de alimento.

Veo los ojos del pingüino que arde como una madera negra

mientras salta torpe como un mensaje que nunca llega:

veo los ojos del pingüino rodeados por el fuego

que salta sobre la madera para rodear al vidrio del mensaje que nunca llegará.

La marea arrastra el teclado muerto en falanges de textos amputados.

Porque acá no se puede estar ni sentado ni parado:

siquiera hay silencio en la marea.

Sino una hamaca insolada, ultravioleta y cándida como la esperanza.

Todos pelean por gritar tierra a la vista.

Pelean, y algunos sobresalen entre perros y ratas.

Y se abrazan a un huevo.

 

 

 

Nadie puede avanzar tan fácilmente como él,

pero la multitud es muy grande y ocupa un espacio infinito.

Franz Kafka

 

Kafka

 

según dicen, te ha enviado un mensaje preciso a ti,

el más miserable de sus cucarachas lectoras, a ti,

que no eres más que una cucaracha que huyó lejos,

persuadida de su insignificancia ante la literatura en serie.

Justo a ti, Kafka te ha enviado un mensaje desde su lecho

de vida eterna como un rayo de sol gobernado por el imperio.

Le ordenó a otra cucaracha que leyera junto a él su mensaje en el menor secreto:

tan poca importancia le atribuía que hizo que lo repitiera

a los gritos y también a los cuatro vientos.

Luego manifestó su desaprobación con un simple gesto de cabeza.

Y ante el enorme cucaracherío congregado para presenciar su muerte

(con basura imperial habían levantado un muro y las ratas más grandes lucían sobre el enorme basural)

ordenó a la cuca que partiera.

La cucaracha se pone en marcha. Es fuerte e incansable

y se abre paso adelantando, ya una cucaracha, ya otra

a través del cucaracherío.

Cuando tropieza con un libro le prende fuego con sol en nombre de la literatura imperial.

Nadie pudo avanzar tan fácil como ella entre la basura indígena indigesta.

 

 

Pero el cucaracherío es muy grande y ocupa un espacio infinito.

Si tuviera la página en blanco, haría de tus manos un vuelo

y pronto echarías insecticida en la puerta del baño.

En cambio, sus esfuerzos apestan:

aún sigue abriéndose paso a través del basurero central.

No terminará nunca de atravesarlos y aunque terminara,

no habría adelantado demasiado porque tendría

que luchar a muerte para empujar a otras cucarachas

por la escalinata y aun cuando lo lograra,

no significaría nada más que menos cucarachas,

porque aún debería cruzar las usinas y después los vertederos

y luego las aguas hervidas que rodean al basural principal

y después otros asentamientos que hierven, y basurales

y nuevamente otra usina,

y por más que ande continuaría avanzando

por miles de teras de años y cuando por fin se extraviara

de la puerta de la última usina (lo que no alcanzo a divisar si es posible)

todavía faltaría atravesar el capital:

el centro del basural donde los residuos se multiplican y venden portentosos.

No, nada podrá cruzar el capital y menos llevando

el mensaje de Kafka, un muerto.

Y, sin embargo sentado al caer la noche

junto al camión de la basura en tu ventana

insistes con envenenar a la cucaracha para que no se acerque:

y esperas.

 

El poeta Martín Barea Mattos.
Crédito de la foto: María Pía Galvalisi

 

Escribió Baúl del Aire en la sala de espera del laboratorio

 

Somos ratones de un laboratorio que ya cerró.

No puedo responder por qué soy un ratón, una piedra, una idea:

el ejercicio de la idea manipulada por guantes de látex,

sopesado en la platina como un diamante en bruto

como una idea sostenida por semanas en la temperatura adecuada,

aislado termómetro en dígitos precisos:

collar indígena expuesto como una idea.

No puedo responder por el jefe de personal,

el presupuesto para la educación o la ciencia.

Sé que vengo de un laboratorio que ya cerró

y soy el mensaje atado a la piedra pidiendo el rescate del mensaje:

soy un ratón, vengo de un laboratorio que ya cerró

soy como el sobreviviente de un avión que cayera en las montañas

pero desde ya advierto

que no tomé alimento del cuerpo de mis compañeros

porque dios no estaba ahí para indicarnos la nutrida antropofagia

y en cambio, andamos como una roca en la avalancha

emitidos como una enfermedad autoinmune y manipulada

porque somos ratones de un laboratorio que ya cerró

y antes de esto nuestra rutina fue inducida

con la alegría de la razón, el bienestar humano:

Y así, una jeringa y una muerte, una luz y dos muertes,

 

 

 

un sonido y otra muerte.

Porque somos ratones de un laboratorio que ya cerró.

Como una piedra suelta en la montaña. 

 

 

 

 

 

*(Montevideo-Uruguay, 1978). Poeta multidisciplinario y gestor cultural. Es gestor fundador del ciclo Ronda de poetas desde 2005 a la fecha y del festival internacional de poesía y artes afines Mundial Poético de Montevideo. Ha publicado en poesía Secuenciales (2023), Usted está aquí (2022), Uruguachas, poéticas en Uruguay (2018), RBL (2018), Never Made in América (2017), Made in China (2016), Parking Barea Mattos (2013), Conexo (2013), Por hora por día por mes (2008), Los ojos escritos (2003), Dos mil novecientos noventa y cinco (2002), Fuga de ida y vuelta (2000).

 

 

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