11 poemas de «ISADORA –jardín de invierno–» (2004), de Livia Hidalgo

 

Por Livia Hidalgo*

Curadora de la muestra Paula Giglio

Crédito de la foto la autora

 

 

11 poemas de ISADORA –jardín de invierno– (2004),

de Livia Hidalgo

 

 

San Francisco

 

Su abuela canta y baila jigas de Irlanda.

Ella la sigue con los brazos en cruz.

La abuela recita los poemas de los bardos

   y ella se inclina sobre el mar.

A ella le dicen de las copiosas lluvias de Irlanda

   y se mece tan suave como una palmera.

No sabe del hielo. De las colinas  

   que forman morrenas y turberas

ella sólo cae

con los pies desnudos sobre la arena.

Ella viste una túnica de lino.

No sabe de Irlanda. De barcos tristes.

Ni del carro de toldo para cruzar la llanura

   americana.

Ella se arrodilla sobre las rocas.

Toma con las manos el vientre de la noche.

Y baila.

 

 

 

Carlos Hallé (Londres 1899)

 

El extiende los brazos

y con un gesto sagrado ofrece la túnica

celosamente guardada.

 

Era la túnica de Mary Anderson

en la Virgilia silenciosa del Coroliano.

 

El día es gris bajo el cielo de Londres.

Ella viste su cuerpo y danza

la danza inspirada en Burne-Jones.

 

Él toma el pincel con la boca

y pinta

lo limpia con la lengua

y pinta.

 

Mezcla de color

y sudor

sudor

y dolor.

 

La tela deja traslucir el primer boceto

en el frío sótano del estudio “foie gras”.

 

Ella no sabe quién es

ni a quién pinta él.

Ella sólo danza por amor a él

con la túnica de Mary Anderson.

 

 

 

A la villa Rodin (Francia 1900)

 

Ella, la descendiente

de irlandeses exiliados de la peste,

vaga

por los jardines de Versalles

o por el bosque de Saint Germain.

Cena

alumbrada de luna

en el restaurante de la Torre Eiffel.

 

La niña que cortaba

un tapiz

para hacer la barba de Rip Van Winkle,

está, ahora,

montada

sobre caballos con arneses resplandecientes.

 

La que sabe de la danza

por el movimiento de las olas,

de los sueños

y de las ramas que se mecen,

pasa,

por el pequeño puente que separa la rue de la Vigne

con la avenida de castaños que conduce a la villa

de Auguste Rodin.

 

Ella, la creadora de su propia fábula,                                    

está,

en la vieja casona de ladrillos rojos.

La acarician, ahora,

las manos que hubieran podido moldear, con su cuerpo,

la escultura de la danza.

 

 

 

André Beaurnier

 

Ella prepara la mesa con flores

un furtivo champagne

y dos vasos.

Él lee con voz suave a Molière, Flaubert y Maupassant.

Ella corona sus cabellos con rosas

y baila.

 

Él llora la muerte de Oscar Wilde.

 

El deseo es una larga lágrima.

 

En la ventana danzan las sombras.

Es el olor de la carne y la fiebre y el cuarto vacío.

Mas turba

masturba la noche su canción de cuna.

Sólo el eco.

Sólo las huellas de las manos afiebradas

la nervadura de las hojas

las palomas que picotean migajas

y los callejones

innumerables

por los que un hombre se aleja.

 

 

 

Botticelli (Florencia 1902)

 

El viejo guardián de la Galleria Uffizi

le acerca un taburete.

La ha visto horas y horas

durante varios días

contemplar el cuadro.

 

Se pregunta ¿Quién puede juzgar el amor?

¿Quién,

explicar sus misteriosas formas?

 

Ella se encuentra allí,

en Florencia,

enamorada

embelesada –como Narciso de su reflejo–

ante La Primavera de Botticelli.

 

Él observa cómo ella se transforma,

cómo ella ve

crecer las flores

el movimiento de los cuerpos

bailar los pies desnudos.

 

Todo es

de un pacífico goce:

la dulce ondulación de la tierra

el círculo de las ninfas

el vuelo de los céfiros

en torno a la figura central: mitad Virgen

mitad Afrodita.

 

Ella bailará la Danza del Porvenir    

las alegorías de la creación.

Música de fondo: un madrigal de Monteverdi.

Será el ángel

que toca un violín imaginario…

 

 

 

Kopamos (Grecia 1903)

 

No es el Taj Mahal

–levantado por Shah Jahan para su elegida del

   harén.

 

No son las Pirámides de Egipto.

 

Es Kopamos:

un terreno baldío

que daría lugar a la erección de un templo griego

idéntico al Palacio de Agamenón.

 

Nada más digno del Clan Duncan.

 

Llega el día en que es colocada la piedra angular

a la usanza griega.

 

Un viejo sacerdote bizantino

degüella el gallo negro

con el cuchillo de los sacrificios

mientras

ella baila

sobre el dibujo de los cimientos

entre plegarias y juramentos.

 

Los músicos tañen instrumentos primitivos.

 

Se vacían varios toneles de vino

en los festejos de los Duncan y los campesinos.

 

Pero Kopamos                  

–El Templo de la Danza del Futuro–

es una colina desnuda

árida y rocosa

en la que sólo prosperan los cardos.

 

Ni el consejo de los espíritus proféticos;

ni las voces más puras en el coro de Las

   Suplicantes;

ni las promesas de castidad;

ni los pozos artesianos;

lograron que brotara

una mísera gota

de agua.

 

Agua.

A

g

u

a

.

.

.

 

Tan sencilla como el agua

es la venganza de los dioses.

 

La poeta Livia Hidalgo

 

San Petersburgo (Rusia 1905)  

 

Iba sola –en un coche a caballo–

por las calles desoladas de Rusia.

 

Una larga procesión de hombres

cargaban ataúdes.

 

Eran los ataúdes de los obreros fusilados

el 5 de enero de 1905.

¿Qué pedían al zar los obreros fusilados?

Pedían pan.

 

Eran las cuatro de la madrugada.

Diez grados bajo cero.

Diez grados bajo cero en el alba negra de Rusia.

 

El cochero fustiga al caballo en dirección al

   hotel Europa.

 

Ella se sobrepone al espanto.

Se desliza en el lecho.

 

Dos días después

ella baila 

en la Sala de los Nobles.

 

Ella baila las notas de los Preludios de Chopin.

Los violentos compases

de la Polonesa.

La cólera por el alba negra de Rusia.

 

El auditorio de San Petersburgo  

es una telaraña de ojos y de manos

que aplaude

aplaude

ciego 

a la muchacha que se lleva en la túnica telaraña

la semilla de la revolución.

 

 

 

París Singer (París 1908)  

 

La mesa con vasos de cristales y cubiertos de

   plata

está dispuesta para el almuerzo.

 

Ella luce un bello vestido del modisto Paul

   Poiret.

 

Deirdre –con su túnica blanca–

baila en torno a ella y Lohengrin.

 

El yate boga por el azul Mediterráneo.

 

Ella aprendía a distinguir un poulet cocotte

de un poulet simple.

El valor de las verduras, las trufas y las setas.

Apreciar el vino

según sean sus años y su solera.

 

Él sueña con verla bailar

en el Templo de Paestum a la luz de la luna.

 

El yate Iris boga, boga por el azul Mediterráneo.

 

Ella ve a los fogoneros que trabajan en las

   máquinas.

 

Cuenta cincuenta marineros, el capitán

y un segundo capitán.

 

Todos, para el placer de dos personas.

 

El lujo obsceno la regresa                                               

al hedor del hambre en las calles de Chicago: 

ella vendiendo

un encaje de Irlanda por una caja de tomates.

 

Entonces habla sobre la República de Platón

sobre Marx y Walt Whitman.

 

Él exclama: ¡Qué tontería!

 

Él sólo piensa

en las docenas de fábricas que hacen su fortuna.

 

Pero luego, la lleva a una cama Luis XIV

y es Zeus convertido en toro

convertido en cisne

convertido en lluvia

 

y ella se siente

venerada en una nube de oro.

 

 

 

Casa en rue de la Pompe (París 1921)    

 

I

 

Ella entra a la Sala Beethoven de su casa

en la rue de la Pompe.

 

El teclado canta bajo los dedos de Walter Rummel,

son las notas de San Francisco hablando a los pájaros.

–¿Espejismo?–

El rostro melancólico de Walter Rummel que haría llorar a los dioses

es el retrato vivo de Liszt.

–¿Visión?–

Él hunde su mirada azul en los ojos de ella.

Es un ángel que roza la tierra con sus alas.

–¿Aparición?–

Él se levanta.

La toma de la mano.

Ella se deja guiar

y baila

baila plegarias etéreas llenas de luz.

–¿Misticismo?–

Hacen el amor suspendidos en una nube.

Ella ve el alma de un arcángel en ese cuerpo adolescente.

–¿Delirio?–

 

Si uno pudiera ver

lo que existe detrás de la colina. Dice, mientras

   recuerda.

 

El hada mala entra por la puerta        

y una dríada se lleva a Walter Rummel.

La dríada es una joven de cabellos rubios cenicientos

bajada de su academia.

Ella contempla cómo el rostro de su arcángel

se convierte en el rostro de Parsifal en el jardín de Kundry.    

–¿Alucinación?–

 

–¿Alucinación?–

 

Ella ha vuelto.

El Ángel de la luz se quedó con su dríada en Atenas.

 

La desolación es el piano en la Sala Beethoven

   de la casa.

 

Si alguien pudiera ver lo que existe detrás de la

   próxima colina…

 

La doncella le ha dejado sobre el piano que no

   volverá

a tocar para ella, Walter Rummel,

el telegrama de Moscú:

 

13 de Abril de 1921.

Sólo el Gobierno Soviético puede comprenderla.

Venga con nosotros. Haremos su escuela. Saludos.

Firmado:

Lunatcharski. Encargado de las Bellas Artes.

 

Sí, iré a Rusia –dice.

 

 

 

Serguei Esenin (Rusia 1921)   

 

1    

 

Ella: Mariengov ¿quién es ese muchacho de extraña

   belleza?

 

Mariengov: Mi amigo, el gran poeta Serguei

   Esenin.

 

Ella: Póngase en el piano y dígale que voy a bailar

   para él.

 

Ella baila provocativa un Preludio de Chopin.

 

Él parlotea ruidosamente.

 

Ella: Pregúntele si le ha gustado.

 

Él: Dile que me pareció una niña perversa de

   gruesas caderas.  

 

Mariengov no traduce.

 

Él: Si de calentar se trata… yo lo hago mejor que ella.

 

Se quita los zapatos, la corbata

y se lanza a un baile cosaco

endiablado

junto con la balalaika de Kusikov.

 

Se calza y se va.

 

Ella corre hacia él: ¡Ruska..! ¡Ruska..! ¡Esto es Rusia! ¡Esto es Rusia!

 

Él la toma del brazo y la aparta con torpeza.                                       

Ella cae.

 

Ella: ¡Esenin es fuerte… muy fuerte! ¡Ruska lubov!

   ¡El amor a la rusa!

 

Él apoya la cabeza sobre el pecho de ella:

¡Yes, Yes, Isadora, ruska lubov! ¡lubov! ¡lubov!

 

Ella –acariciándole la cabeza– le dice:

Tienes los cabellos de mi pequeño Patrick.

¿Sabes? A él, no le gustaban mis danzas.

Siempre me decía: “¡No! Patrick bailará él solo, los

   bailes de Patrick.” 

 

Él no entiende el idioma pero mira aquel rostro

   y llora.

 

Ella: Todas las almas torpes se conocen por

   desdichadas

y no importa

que las infinitas penas

traigan estos gestos retorcidos y falsos.

Algún día, escribirás esto, Serguei.

 

 

 

I (Niza 1927)    

 

Ella tiene la primera visión del fuego.

 

Las caderas se ondulan

y ella siente una brasa

que la quema.

 

Se desliza lenta

lenta

gira

y

gira su cintura.

 

Ella escucha cómo acalla el ardor

la música del chal

enredado

en el aro

en el platillo metálico de la rueda

cómo acalla el ardor

la música de los címbalos.

 

Ella gira

gira

lenta

se desliza lenta…

 

Ella tiene todo el ocio del mundo.

 

Ella juega con el humo.                               

El humo es un echarpe que la envuelve

con el tiempo des-plomado.

 

Es el instante mismo.

En el que ella

¡huye, por los aires, de su sombra!

 

 

II                   

 

¡Ella huye, por los aires, de su sombra!

Podría así morir…

 

Nada siento –dice ella– No estoy muerta.

Y a pesar de eso no estoy viva.

 

¡Dioses! Podría morir…

 

Ella reposa inmóvil

en su propio centro móvil.

 

Ella entrega  –en gracioso sacrificio–

sus movimientos.

 

Inmóvil

se eleva inmóvil

hacia la primera mañana del mundo.

 

–¡Dime! entonces, Isadora,

¿de dónde vienes a piarme?

 

La garza decapitada empieza a batir sus alas.

Es Dafne, bailando

escapando con la cabellera flotante…

 

No pudo el reposo

curarla

–curarme– de su danza.

 

Todo puede recomenzar

inacabadamente.

 

 

 

 

 

*(Córdoba-Argentina, 1955). Poeta. Contadora Pública por la Universidad Nacional de Córdoba (Argentina), con estudios en Letras Modernas (UNC). Coordinó talleres de poesía durante el período 1994-2019, varios con Susana Arévalo. Ha publicado en poesía Formas Horadadas (1991), Recintos de la muerte (1993), Otra orilla para abrazar la noche, (1994), Réquiem en el mar (1997), Isadora –jardín de invierno– (2004), Fecunda, (2010), Entretextos I (2015), Entretextos II (2015) y Glauce (2021).

 

 

Vallejo & Co. | Revista Cultural - POESÍA - FOTOGRAFÍA - NARRATIVA - CINE - MÚSICA - TEATRO - ARTES - PLÁSTICAS - CREACIÓN - CAJÓN DE SASTRE