Por Carlos Penela
Crédito de la foto www.garciateijeiro.blogspot.pe
11 poemas de Carlos Penela
(Descripción de los signos)
Un idioma transmitiéndose en las familias
con esos ásperos calcios que arrastra el desafecto
un mensaje atravesando una fidelidad oscura
de emblemas gastados, de nombres marcados con el tiempo
lunas sucediendo, acerando la memoria
nosotros, nosotros escuchando un río entre los árboles
era todo eso, lugares, palabras, invierno
silencio pesando demasiado en los corazones
hoy es igual, hoy vivimos aún los días
como una prosperidad de ingratos sustentos para el alma
éste es un patrimonio caliente y terrible
como el parto de un animal antiguo, extraño
antes sabíamos nombres aprendidos a través de la noche
ahora, perpetuamos golpes en una historia sin pertenencia
los primogénitos vinieron al mundo
acostumbrados a palabras que no explican nada
existen símbolos que anunciaron esta estirpe
hábitos que dan difusas claves sobre nosotros
tristemente recordamos el mar aquellas tardes
la vida como una patria de ceniza propagándose en la infancia
ya no residiremos nunca en la indulgencia
nuestra paz habita más allá del dolor
están mis recuerdos endurecidos como sílice
y todo lo que vimos nos pertenece ahora con eternas heridas
la voz de muchos se perdió entre el marasmo
otros, siguieron hablando, ocultos entre los óleos de la insidia
éste es el pasado que nos dieron
confusos verbos de generaciones marcadas con el olvido
la edad de nuestro corazón sigue obedeciendo
a esos códigos de ira y vendaval
se afianzó una creencia de cosas cayendo
y hubo quien contempló pétalos muertos en la verdad
todo sucedía como un viaje en la desaparición
como en una humedad irreal donde tal vez no existiésemos
mi recuerdo está hecho con miradas frías al amanecer
con la lectura de un silencio donde nadie declaraba su condición
fueron días para compartir ásperos lenguajes
ritos cerrados, tristeza
el fermento de la dulzura ya no está entre nosotros
aún resbalan de nuestras manos resinas que proceden del desprecio
hay un recuerdo de acacias calcinadas entre los habitantes
en las bóvedas de este relato enrarecido como un légamo
intuyo en todo lo que sucede
la posibilidad de una substancia en la desposesión
la razón que nos protegía fue envejeciendo nuestras bocas
en una incomprensible descripción de signos
de Los linajes del frío
(Acaso el invierno, II)
Lenguajes de la yesca. Recuerdo de lo destruido
para substituir al desafecto.
Porque decían que no. Que no había.
Que no podía haber trazos,
señal alguna en los cartularios.
Solamente arena quemada debías contemplar,
sólo una inútil desecación
cercándote. Sólo eso.
Como mala hierba en cenizas
como abandonadas sebas que arrojasen
hacia ti. Apenas eso.
Y todo rasgado con heridas blancas.
Y todo situado en su antiguo horror.
(Versión de un texto de E.L. Pound)
Que la ajena y sucia descripción
de tu invierno
que la mentira corrompiendo
las raíces
que el aire adentrándose
a través de esta morada
que la usura formando
ensombrecida cúpula de alondras
sin estirpe
no las contemple tu mirada.
Nunca.
Nunca el atavío ruín del desafecto
nunca el azufre en la mejilla de los ángeles
no la carcoma sobre la honda luz
de Vermeer
acaso.
Todos esos rincones sin preservar
ante las heridas.
Toda esa escritura ganada por el tiempo.
de Acaso el invierno
(Márgenes)
La casa que habitamos y la grisura que hoy resta;
las máscaras de ceniza, la confusión que nos precede.
Y entre todo ese silencio, una espuma viva
que brote en sus márgenes.
La verdad del poema afirmándose en el mundo.
Como un islote herido. Como la sombra
que ahonda en los espejos y desde ellos regresa
con un temblor de alas y blancura. Irrepetible.
Desvelando el gesto secreteado de la Sibila.
Entre el ramaje remoto de los inviernos,
un fuego abisal acercándosenos,
una visión de rosas de salitre a lo lejos.
Esa revelación. Un augurio aleteando
por encima de los estuarios devastados del lenguaje.
Al final, un pliego reescrito y ardiendo
contra la muerte. Contra los simulacros del amor
y su ruina. Y al final, solamente
el vacío que se ordena. El mismo desconcierto.
Un territorio liminar y sin metáfora.
Las abras sin descanso para quienes partiremos.
(Aforismos)
Un animal de sombra se queja entre nosotros:
alguien está nombrando la desaparición.
Cruzan aves de fuego blanco, de nieve muerta,
los días tristes, otros, de tu padre en el mundo.
Nadie conoce el sabor de la identidad,
apenas un sueño de escribas ciegos, ardiendo.
¿Qué luz lame tu rostro anónimo,
que carcoma fría nos reserva ese olvido?
El fondo de los espejos, la poza de las miradas,
un relato confuso, sólo eso latiendo en ellos.
Lo que se alzó entre olas de espanto,
antiguas, lo que nunca yació en tu pasado.
Todos son fragmentos de la caída, de su dolor
todas son las voces, todas son las páginas.
de Lo que ardió en los espejos
(Desraíz)
(i)
Ahora, que el invierno se inclina sobre las horas
como una gárgola herida, que las palabras emergen
sus cuerpos viejos, duros, y las miradas entre nosotros
quedarán como una lengua opaca, como naves de basalto
que adormecieran ya perdidas; ahora, pues,
que las orillas de un silencio gastado desaparecerán, al fin,
ahora, quiebras la mansedumbre de los espejos,
el frío tenso de los días. La distancia entre esas sombras
y todo desafecto.
(ii)
Este idioma es un erial, este idioma
son hilachas de un frío antiguo, de un frío anterior
a todo frío. Este idioma es Bizancio, inundado
en ornatos, aves de paso que atraviesan los fuegos,
agua que se precipita con el estupor del desespero.
Este idioma es una casa alzada como sombra,
los nombres de lo real, un ángel perdiendo su rumbo;
eso es este idioma, el telaje tembloroso de un sol blanco,
de un sol de invierno, versos derrumbados en la elegía octava
de Rilke al fin, líneas que hablan de un acabamiento nuevo,
de un tiempo nuevo; este idioma, este idioma es eso
un tiempo nuevo como estaciones inmensas, abandonadas,
el contorno extraño de sabores varados en sal dura.
Este idioma es una claustra para todo aliento,
las manos heridas que ya no se ofrecerán.
(Versión sobre Hugo von Hofmannsthal)
Y con callados ojos crecemos en nosotros,
nosotros, que nada comprendemos;
crecemos, partimos
y otras sombras pasan junto a esta orilla.
Y la estación trae lluvias que se convertirán
en la dádiva del mundo y palabras, palabras como frutos tristes
golpean la piel de la noche cayendo y apenas
la polvareda de esas tardes queda para luego olvidar.
Y las esferas de la edad pasan como un viento oscuro
y nuevamente, pues, alzamos el aliento
desde nuestra raíz, con lentitud, sabiéndonos cansados
y rendidos, finalmente.
de Sombras, rosas, sombras
(Otro poema más al margen)
Para cansar estos ojos sobre cosas soñadas
y abrir la piel de los días antes de estos quebrarse.
Para eso llegaste.
Sin otra huella que la escritura quemando,
que un hueco entre las manos:
la certeza que se abre como un nombre de farpas.
Para alcanzar el poema que nace temblando
lejos, en una isla sin mapa. Más lejos.
Para eso partiste, por la palabra rota,
para decir la palabra, entre nosotros ya rota.
Sola, siempre sola.
Como el día en que alguien
describe su mundo y sólo puede encontrar,
estragado, un territorio sin raíz.
Para eso permaneces en esta página,
por eso perderás la voz,
Entre las sombras que ardan,
entre los rostros que te nieguen.
(Antiguos Maestros)
El tema es aquel que se estampa en escondidas partituras
invocando muy lentamente el Angelus
y en ese poema recogido, menor
que Zbigniew Herbert había escrito
como un sereno homenaje.
El de la helada en las tablas humildes y agrietadas
de las mañanas del mundo.
No hay rúbrica, tampoco orgullo,
hay apenas una certidumbre:
las manos posadas en los aromas viejos de la greda.
La perfección del silencio es descrita así,
semejante al amanuense que, anónimamente,
fue trazando una escena invernal
entre candelas y paños como humo pobre,
entre manuscritos venecianos.
Que se evoque el olvido secando los corazones
(el hondísimo lamento de ese salmo en el destierro)
si la incuria entra en la casa de los padres como enfermedad;
ése es el propósito, la tarea arrancada
a las sombras: una Madonna iluminada,
los ojos mortales en un espejo.
El mismo oficio donde se sienten en la tarde
húmedas callejas de tintoreros,
voces iguales a aguas estancadas;
el miedo de los homes bajo la noche
en calladas ciudades color de Siena.
La estación que anuncia los astros,
la blancura en las ramas de los manzanos:
todo eso, una visión fuera del espanto.
Siempre a la orilla de un río que, como seda fría, pasa.
de Arte de fuga
(No es insania esta belleza)
“If love be not in the house there is nothing”
(‘Canto CXVI’, Ezra Pound)
No es insania esta belleza posada en el mundo
aunque la ruina y las cenizas cerquen ahora tu aliento.
La escondida labor de los días, la luz de bronce en Rávena,
generaciones de orfebres que hablaron en las lenguas de Dios,
que hicieron brotar rosas de fuego de las arcillas sin tiempo.
Todo eso no fue polilla, no fue espejo oscuro en la tarde.
No, no fue inútil la batalla contra las huestes de la muerte
y el desierto. No será el poema devorado por el olvido.
Náufrago en el corazón de las señoras de otro tiempo, aquellas
que observan vigilantes desde los frescos ocultos de las galerías
y las estancias drapeadas de esplendor y gemas gastadas:
qué será pues de esta casa si en ella no habita el amor?
qué será del canto de la sibila que los menestreles soñaron?
Piel erizada por el amanecer y la furia de la pasión y el estrago,
boca orlada como coral fino de Bianca d’ Medici.
No es locura la belleza aunque los palacios se hundan,
no fue con desasosiego y pavor que se tallaron rostros,
miradas jaspeadas con el silencio de frutos pútridos,
no se enfriaron las manos del laudista en la noche densa.
No serán clamor pereciendo en la tiniebla esas palabras.
Teoría de Noviembre
“Wie soll ich meine Seele halten, dass
sie nicht an deine rührt? Wie soll ich sie
hinheben über dich zu andern Dingen?“
(Rainer Maria Rilke)
De las manos nacen flores de nácar, ágatas de fuego blanco.
Crecen helechos con el silencio de las palabras que nunca ya
serán promesa, ceremonia, esponsal de ceniza renaciendo;
crecen lenguas, zarzas de plata muerta con el color de la nada,
con el color de los días olvidados. Con la furia de los hijos que perdimos.
En los cabellos esplende la profecía agotada de los copos de nieve,
la luz temblando de lobos devorando las sombras. Fuera del tiempo,
fuera del tiempo, la orfandad de las rosas que crecen en el abismo,
el láudano antiguo que se posó entre el sueño y el deseo,
entre mariposas nocturnas en la eternidad y la hojarasca abrasada para siempre.
Sobre las bocas se posa lo oscuro que habita en los espejos;
es agua donde se pierden lágrimas como calcinadas mariposas,
como tréboles deshojados en el vacío, en la grieta última del mundo.
Y lo oscuro gana su dominio, que es dominio sin vigilia,
que es territorio del naufragio, landa azul de los desterrados.
En el interior de esa caracola se esconde la antigua voz de los amantes,
de los viajeros en el medio de la tormenta, en el corazón del invierno.
Sus pasos malditos por el dolor, el abandono de las aves que parten
o la espera por las olas que inundarán cada rostro sentido:
el país deshecho donde las fronteras son de sal. De sal cansada
y de renuncia. Áspera como la carne dura de Noviembre.
de el silencio de Hammershøi (inédito)
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(poemas en su idioma original, gallego)
11 poemas de Carlos Penela
(Descripción dos signos)
Un idioma transmitíndose nas familias
con eses ásperos calcios que arrastra o desafecto
unha mensaxe atravesando unha fidelidade escura
de emblemas gastados, de nomes marcados co tempo
lúas sucedendo, aceirando a memoria
nós, nós escoitando un río entre as árbores
era todo iso, lugares, palabras, inverno
silencio pesando demasiado nos corazóns
hoxe é igual, hoxe vivimos aínda os días
cunha prosperidade de ingratos sustentos para a alma
este é un patrimonio quente e terríbel
como o parto dun animal antigo, estraño
antes sabiamos nomes aprendidos através da noite
agora, perpetuamos golpes nunha historia sen pertenza
os primoxénitos viñeron ao mundo
acostumados a palabras que non explicam nada
existem símbolos que anunciaron esta estirpe
hábitos que dan difusas claves sobre nós
tristemente lembramos o mar aquelas tardes
a vida como unha patria de cinza propagándose na infancia
xa non residiremos nunca na indulxencia
a nosa paz habita máis alá da dor
están os meus recordos endurecidos como sílice
e todo o que vimos nos pertence agora con eternas feridas
a voz de moitos perdeuse entre o marasmo
outros, seguiron falando, ocultos entre os óleos da insidia
este é o pasado que nos deron
abelloados verbos de xeracións marcadas co esquezo
a idade do noso corazón segue obedecendo
a eses códigos de ira e vendaval
afianzouse unha crenza de cousas caendo
e houbo quem contemplou pétalas mortas na verdade
todo acontecía como nunha viaxe na desaparición
como nunha lentura irreal onde talvez non existísemos
o meu recordo está feito con olladas frías ao amencer
coa lectura dun silencio onde ninguén declaraba a sua condición
foron días para compartir ásperas linguaxes
ritos fechados, tristeza
o fermento da dozura xa non está entre nós
ainda escoan das nosas mans resinas que proceden do desprezo
hai un recordo de acacias calcinadas entre os habitantes
nas bóvedas deste relato enrarecido como un légamo
intúo en todo o que sucede
a posibilidade dunha substancia na desposesión
a razón que nos protexía foi envellecendo as nosas bocas
nunha incomprensíbel descripción de signos
de As liñaxes do frío
(Acaso el invierno, II)
Linguaxes da isca. Recordo do destruído
para substituír o desafecto.
Porque dicían que non. Que non había.
Que non podía haber trazas,
sinal algún nos cartularios.
Soamente area queimada debías ollar,
só unha inútil desecación
cercándote. Só iso.
Como lesta en cinzas
como abandonadas sebas que deitaran
onda ti. Apenas iso.
E todo lañado con feridas brancas.
E todo situado no seu antigo horror.
(Versión dun texto de E.L. Pound)
Que a allea e ludre descripción
do teu inverno
que a mentira corrompendo
a raiceira
que a araxe adentrándose
através desta morada
que a usura formando
ensombrecida cúpula de loias
sen estirpe
non contemple o teu ollar.
Nunca.
Nunca o atavío ruín do desafecto
nunca o azufre na meixela dos anxos
non a couza sobre a fonda luz
de Vermeer
acaso.
Todos eses ancos sen preservar
ante as feridas.
Toda esa escrita gañada polo tempo.
de Acaso o inverno
(Marxes)
A casa que habitamos e a grisalla que hoxe resta;
as máscaras de cinza, a confusión que nos precede.
E entre todo ese silencio, unha xerfa viva
que abrolle nas suas marxes.
A verdade do poema fendendo sobre o mundo.
Como un illó ferido. Como a sombra
que afonda nos espellos e desde eles regresa
cun tremor de azas e brancura. Irrepetíbel.
Desfechando o aceno segredado da Sibila.
Entre a ramaxe remota dos invernos,
un lume abisal que nos beirea,
un ollar de rosas de salitre ao lonxe.
Esa revelación. Un agoiro esvoazando
cima dos esteiros devastados da linguaxe.
Ao final, un prego reescrito e ardendo
contra a morte. Contra os simulacros do amor
e a sua ruína. E ao final, soamente
o vacío que se ordena. O mesmo desconcerto.
Un territorio liminar e sen metáfora.
As abras sen acougo dos que habemos partir.
(Aforismos)
Un animal de sombra láiase entre nós:
alguén está nomeando a desaparición.
Cruzan aves de fogo branco, de neve morta,
os días tristes, outros, do teu pai no mundo.
Ninguén coñece o sabor da identidade,
apenas un soño de escribas cegos, ardendo.
Que luz lambe o teu rostro anónimo,
que couza fría nos reserva ese olvido?
O fondo dos espellos, a corga das olladas,
un relato confuso, só iso latendo neles.
O que se ergueu entre ondas de espanto,
antigas, o que nunca xaceu no teu pasado.
Todos son fragmentos da caída, da súa dor
todas son as voces, todas son as páxinas.
de O que ardeu nos espellos
(Desraíz)
(i)
Agora, que o inverno se debruza nas horas
como unha gárgola ferida, que as palabras emerxen
os seus corpos vellos, duros e os ollares entre nós
ficarán como unha lingua opaca, como naves de basalto
que adormeceran xa perdidas; agora, pois,
que as beiras dun silencio gasto sumirán, ao fin,
agora, crebas a mansedume dos espellos,
o frío tenso dos días. A distancia entre esas sombras
e todo desafecto.
(ii)
Este idioma é unha gándara, este idioma
son fiañas dun frío antigo, dun frío anterior
a todo frío. Este idioma é Bizancio, asolagado
en ornatos, aves de paso que atravesan os lumes,
auga que debroca co estupor do desespero.
Este idioma é unha casa irta como sombra,
os nomes do real, un anxo perdendo o seu rumbo;
iso é este idioma, a teaxe tremente dun sol branco,
dun sol de inverno, versos derrubados na elexía oitava
de Rilke ao fin, liñas que falan dun acabamento novo,
dun tempo novo; este idioma, este idioma é iso
un tempo novo como gares inmensas, abandonadas,
a contorna estraña de tastos varados en sal dura.
Este idioma é unha claustra para todo alento,
as mans feridas que xa non se ofrecerán.
(Versión sobre Hugo von Hofmannsthal)
E con calados ollos medramos en nós,
nós, que nada comprendemos;
medramos, partimos
e outras sombras pasan cabo desta beira.
E a estación trae chuvias que virarán
a dádiva do mundo e palabras, palabras como froitos tristes
baten a pel da noite caendo e apenas
a poeira desas tardes fica para logo esquecer.
E as esferas da idade pasan como un vento escuro
e outravolta, pois, erguemos o alento
desde a nosa raíz devagar, sabéndonos cansos
e rendidos, finalmente.
de Sombras, rosas, sombras
(Mais outro poema á marxe)
Para cansar estes ollos sobre cousas soñadas
e abrir a pel dos días antes de quebraren.
Para iso chegaches.
Sen outra pegada que a escrita queimando,
que un oco entre as mans:
a certeza que se abre como un nome de farpas.
Para atinxir o poema que nace tremendo
lonxe, nunha illa sen mapa. Máis lonxe.
Para iso partiches, pola palabra rota,
para dicir a palabra, entre nós, xa rota.
Soa, sempre soa.
Como o día en que alguén
describe o seu mundo e só pode achar,
estragado, un territorio sen raíz.
Para iso ficas nesta páxina,
por iso perderás a voz,
Entre as sombras que ardan,
entre os rostros que te neguen.
(Antigos Mestres)
O tema é aquel que se estampa en escondidas partituras
invocando moi devagar o Angelus
e nese poema recollido, menor
que Zbigniew Herbert escribira
como unha serea homenaxe.
O da xeada nas táboas humildes e lañadas
das mañás do mundo.
Non hai rúbrica, tampouco orgullo,
hai apenas unha certidume:
as mans pousadas nos aromas vellos da greda.
A perfección do silencio é descrita así,
semellante ao amanuense que, anonimamente,
foi riscando unha escea invernal
entre candeas e panos como fume pobre,
entre manuscritos venecianos.
Que se evoque o esquezo secando os corazóns
(o fondísimo lamento dese salmo no desterro)
se a incuria entrar na casa dos pais como doenza;
ese é o propósito, a tarefa arrincada
ás sombras: unha Madonna iluminada,
os ollos mortais nun espello.
O mesmo oficio onde se senten na tarde
húmidas canellas de tintureiros,
voces iguais a augas estiñadas;
o medo dos homes baixo a noite
en caladas cidades cor de Siena.
A estación que anuncia os astros,
a brancura nas ponlas das maceiras:
todo iso, unha visión fóra do espanto.
Sempre á beira dun río que, como seda fría, pasa.
de Arte de fuga
Non é insania esta beleza
“If love be not in the house there is nothing”
(‘Canto CXVI’, Ezra Pound)
Non é insania esta beleza pousada no mundo
aínda que a ruína e as cinzas cerquen agora o teu alento.
O labor agochado dos días, a luz de bronce en Rávena,
xeracións de ourives que falaron nas linguas de Deus,
que fixeron agromar rosas de lume das arxilas sen tempo.
Todo iso non foi couza, non foi espello escuro na serán.
Non, non foi inútil a batalla contra as hostes da morte
e o deserto. Non será o poema devorado polo esquezo.
Náufrago no corazón das donas de outrora, aquelas
que espreitan desde os frescos ocultos das galerías
e as estancias drapeadas de esplendor e xemas gastas:
que será pois desta casa se nela non habitar o amor?
que será do canto da sibila que os menestreis soñaran?
Pel ourizada polo amencer e a furia da paixón e o estrago,
boca orlada como coral fino de Bianca de’ Medici.
Non é loucura a beleza aínda que os palacios afundiren,
non foi co desacougo e pavura que se tallaron rostros,
ollares xaspeados co silencio de froitos pútridos,
non arrefeceron as mans do laudista na noite mesta.
Non serán clamor perecendo na tebra esas palabras.
Teoría de Novembro
“Wie soll ich meine Seele halten, dass
sie nicht an deine rührt? Wie soll ich sie
hinheben über dich zu andern Dingen?“
(Rainer Maria Rilke)
Das mans nacen flores de nacre, ágatas de fogo branco.
Medran fentos co silencio das palabras que nunca xa
serán promesa, cerimonia, esponsal de cinza renacendo;
medran linguas, silvelas de prata morta coa cor da nada,
coa cor dos días olvidados. Coa furia dos fillos que perdemos.
Nos cabelos esplende a profecía esgotada das folerpas,
a luz tremendo de lobos devorando as sombras. Fóra do tempo,
fóra do tempo, a orfandade das rosas que medran no abismo,
o láudano antigo que se pousou entre o soño e o desexo,
entre avelaíñas na eternidade e frouma abrasada para sempre.
Sobre as bocas déitase o escuro que habita nos espellos;
é auga onde se perden bágoas como calcinadas bolboretas,
como trevos desfollados no vacío, na fenda última do mundo.
E o escuro gaña o seu dominio, que é dominio sen vixilia,
que é territorio do naufraxio, landa azul dos desterrados.
No interior desa buguina agóchase a voz antiga dos amantes,
dos viaxeiros no medio do trebón, no corazón do inverno.
Os seus pasos malditos pola dor, o abandono das aves que parten
ou a espera pola ondas que han asolagar cada rostro sentido:
o país esgazado onde as fronteiras son de sal. De sal canso
e de renuncia. Áspero como a carne dura de Novembro.
de o silencio de Hammershøi (inédito)