1+1 «Libro mediterráneo de los muertos» (2023), de María Ángeles Pérez López

 

La presente muestra de poemas que hoy Vallejo & Co. presenta a los lectores, pertenece al poemario Libro mediterráneo de los muertos (2023), de María Ángeles Pérez López, que obtuvo el más reciente Premio de la Fundación José Hierro.

 

 

Por María Ángeles Pérez López*

Crédito de la foto (izq.) www.mecanismospoeticos.blogspot.com /

(der.) Ed. Pre-textos

 

 

1+1 Libro mediterráneo de los muertos (2023),

de María Ángeles Pérez López

 

 

[CRÁNEO Y OTROS TROFEOS]

 

            Acontece el cráneo del león.

 

            Su mandíbula hendida ante el asombro.

            El verbo herir reseco ante el asombro.

 

            ¿Qué queda de los huesos, de su canción compacta y el brusco mecanismo de morder?

            ¿Del idioma sangrando como una arteria rota entre los mismos dientes de morder?

 

 

            Sol sombrío en el cráneo del león.

            Brota luz de los huesos cuando desaparecen. ¡Pero si son rendidos, enjuagados, fijados con un golpe en el lenguaje! ¡Secados y extendidos sobre todas las formas de la perduración! Trofeo que no quieres contemplar, constancia de los cuerpos asediados, incluso tras su muerte.

            Antes de las inscripciones cuneiformes, antes de ser constreñido al buril (ese otro alfabeto puntiagudo), el león multiplica su fragor. Se lanza hacia la flecha, el disparo del rifle, el relato atrapando su rugido. Es a la vez la noche y la carnaza. En tus ojos se clavan sus imágenes, la mordedura férrea de la cópula. Te convoca al peligro, la complexión del trueno, el pánico ronco que se agita ante el hambre.

 

            ¡Pero si el poema es también rasguño y hambre!

                           Hambre de forma.

                           Hambre de ti, que lo miras correr, que lo alimentas.

 

            Pides que salte sin pensarlo, instintivo y perfecto cuando mira hacia el sol. Que sea elástico y salte combándose en sus patas, deslizando deprisa tu sintaxis. Que lo sostenga una línea de sombra, arriba de tu miedo, las acacias agrestes, los altos herbazales de su nombre.

            No va a permitir que lo poseas, por mucho que lo mires no alcanzarás la boca, las grandes hojas verdes de la imaginación, la palpitante viscosidad de los órganos tiernos. No se entrega aunque sea tras la muerte.

 

            Cuando acontece el cráneo del león, desacredita el bronce y su violencia, la rotura bellísima del mármol que lo imagina atado al mineral. El cieno y caída de aquellas escaleras en que quedó sujeto por cuerdas invisibles. La caída del jaspe, la madera y el yeso, la costumbre. No puede ser un rostro fijado en la pared.

(¿Se podrá decir rostro? ¿Los animales tienen rostro y salpicada queja en la esquirla del hueso?)

 

(¿Se podrá decir queja?)

(¿Reja?)

(  )

 

(¿Y paréntesis mudo ante el asombro?)

 

 

            Acontece este cráneo y nos desacredita. Sólo desea el sol, sacudir su pelaje y que el sol lo sostenga este minuto: osamenta que exige su silencio, entregarse a la tierra, disolverse. Volverse sol sombrío justo antes de entregarse y disolverse.

            ¿Por qué entonces pedir que permanezca? Alguien ofrece, ensangrentado, el trofeo. Conoce bien su oficio: anatomía, escultura o disección. Limpiará toda la carne de ese cráneo.

(¿Limpiar, por qué limpiar? ¿Acaso lo manchaba? Pero si carne y hueso estaban amándose, sostenidos por un abrazo que no quiere caer.)

(En los desiertos en que se arrojan huesos de mujeres, en las fosas comunes de la guerra civil en las que canta un sonajero mudo, ¿también alguien limpió la carne en cada cráneo? ¿Hubo vértigo y crudeza, revelación oscura que no quiere caer?)

            Después se aclararán los huesos con agua oxigenada de 200 volúmenes, en una más de las ceremonias de la blanquitud.

(Aquí no puedo abrir paréntesis sin que salte la memoria sobre el látigo, la pequeña tilde roja en la espalda de África.)

            La lija continúa este ejercicio: láminas de distinta consistencia que fijan el clavo, la argolla, la atadura escindida para dar esplendor. Incluso hay modos diferenciados de tratar los colmillos aunque eran una sola manera de decir.

(¿Cuántos modos conoces de decir?)

 

            Puedo jugar a dividir el mundo: de un lado lo salvaje; en otro, nada. Incluso los lirios, las paredes, la tierra más pobre pronuncian un lenguaje que no nos pertenece. ¿O es que cuando cruje el alféizar no está recordando el idioma del frío, su largo ulular en noches y días que no nos pertenecen?

 

            Extrañeza. Canción mutilada en su peciolo.

 

            Ruge el nombre:

                           es panthera leo

            ¿Pero entonces qué haremos sin la tilde?

            El acento es colmillo y flor de tinta, lo que entra hacia la carne y la posee. Lo que muerde y amplía la vocal. Lo que queda aturdiéndote la boca. El león puede escucharse a ocho kilómetros de distancia pero el poema es mudo y grita su mudez. ¿Qué haré con ese grito, con su víscera tierna llenándome la boca?

 

 

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            El silencio nos ata con su alambre. Cose mi boca, el sexo, los oídos. Pero incluso en lo mudo podré decir que nó

            para que nó

            y nó

            y sin embargo nó

 

            trofeo que nó quiero conferir

            oficio del disparo que nó quiere escribirse

 

            Que acontezca la vida, que no tarde, que los cráneos descansen su dolór. Que la luz ponga en ellos sus huevos diminutos y se cólmen de días y de espóras, del nómbre que descansa en su dolór.

 

 

NOTAS

  1. En el túmulo de huesos la tilde es un tajo, el casquillo de bala que habrá de florecer. El regalo de la planta carnosa en el desierto con su espina aterida de menciones. O el otro regalo evanescente en la flor nombrada diente de león. ¿Cómo iba a saberlo el maestro republicano Antonio Benaiges, que compró un gramófono con el acento entero y danzarín para que sus estudiantes imaginaran el már (zona alegre y muy alta de un nuevo alfabeto sin barbarie)? Cuando fue torturado y le arrancaron los dientes, ¿los querrían también como trofeo? ¿Desearon colmillos de león? ¿O creyeron que arrancaban así cada letra, cada uno de los tipos de letra de imprenta como la que había comprado él con su propio dinero para enseñar en clase? ¿Esas letras que habían de llevarlo hasta el már?
  1. La memoria es también de este tipo de flores. Sorprende el nombre: diente de león. Hay quien la toma por una mala hierba porque insiste en crecer en todas partes (la memoria, me refiero a la memoria). Como es amarilla, ha querido atrapar toda la luz. Además, no desea volverse pertenencia y tampoco le teme a lo salvaje. Analogía, amor que nos persigue.
  1. Manolo Tena cantaba para llegar al már. Búrlate de los arcángeles del miedo, desátame. Llévame, libre y salvaje, llévame hasta el már. Allí Antonio lava su sangre y la de los 600 que quedaron junto a él en una fosa.
  1. ¡Los leones custodian el agua, la llevan a tu boca, a la escritura! En La Alhambra la fuente los salpica. Ellos beben el tiempo, son promesa.
  1. No quiero ser animal de baldío. Nó. Eso nó. Aunque María Negroni sepa del fondo o círculo o cal blanca. Que sea posible arrojar el fulgor de este sol de la sombra.
  1. En las muertas de Juárez, saltan líneas de luz y sueltan su corola (los vilanos):

Jessica Lizal de León

   Se desconocen los nómbres de las ausentes

Amalia Saucedo Díaz de León

   Se desconocen los nómbres de las ausentes

María Saturnina de León Calamaco

   Se desconocen los nómbres de las ausentes

Ericka de León Ordaz

   Se desconocen los nómbres de las ausentes

Eva Ordaz de León

   Se desconocen los nómbres de las ausentes

  1. Para Plinio el Viejo, en el libro VIII de su Historia natural, de todas las fieras sólo el león siente piedad por los que le imploran. Cuando la hembra recién parida lucha por sus cachorros, se cuenta que fija la vista en tierra para no espantarse de los venablos. Y según se cree, cuando están muriendo, muerden el polvo y derraman una lágrima al expirar.
  1. ¿De esa lágrima brotan también las flores? ¿La que lleva su nombre con un soplido extraño, inaprehensible? Toda flor es una forma de la gracia. Que acontezca la vida. Que no tarde. Que los cráneos descansen su dolór.

 

La poeta María Ángeles Pérez López

[PASTO Y PIEDRA DEL PAVOR]

 

            La tumba no es el mar sino el lenguaje.

            ¿Cómo va el agua a borrar las pupilas? ¿A calcinar el trazo de la sed? Si el rostro es tierra en que se hunden los brazos y una pierna alargada, si todo rostro humano ha emergido del mar y lo lame la linfa, el alfabeto.

            ¿Cómo va el agua a borrar el mentón? ¿A envenenar las suturas del cráneo y esos músculos faciales que salpican tu nombre?

 

            La tumba no es el mar sino el lenguaje.

            Si somos criaturas del océano, si el agua no conoce límite o frontera o edicto suficiente para expulsar a nadie, si no hay orilla o branquias suficientes que arrojen la placenta en la que fuimos, ¿en qué momento nos volvemos tierra? ¿En el momento mismo de morir? ¿Por eso diremos enterrar, aunque se hable de enterrar en el agua, del mar como una losa transparente?

 

            Airado el océano en la palabra enterrar. Tenga cada quien su nombre de ceniza. Su cuchara como óbolo perfecto. No hace falta moneda que guardar en la boca, nada reclamará Caronte; es mejor llevar una piedra pesada, sorda e impertinente que empuje hacia abajo los bolsillos para que todo cuerpo baje hasta la tierra. Mejor conocer el idioma diáfano de la gravitación universal y no preocuparse por los dioses dormidos, también impertinentes. Tenga cada quien su inmensa piedra. No una de esas piedritas minúsculas con un insecto, un molusco o un rostro humano serigrafiado, sino una de las rocas ígneas de Stonehenge que nos miran perplejas desde hace cinco milenios, o un moái de la isla de Pascua con sus ojos heridos por la imaginación inmóvil, o los altos edificios de Kabul en el momento mismo de morir.

            Así descienda el cuerpo hasta la tierra. Tengan los tréboles un pétalo dormido. Tierra y agua entregándose a tu estirpe, abrazo que consuma y oscurece.

 

            Porque la tumba no es el mar sino el lenguaje.

            Está el rostro enterrado en la cabeza, los ojos expulsados hasta el fondo del cráneo, el cuello en el asombro de la amígdala, nariz descabalgada de su tierno cartílago mortal…

            Está todo rostro enterrado en sí mismo, y luego emerge. Porque en todo rostro desemboca el nosotros, porque nosotros es yo sumándose al menos tres veces en la vocal que el viento siembra sobre el mundo. Lo saben quienes estudian el punto de articulación y la cadena hablada, lo saben quienes migran y se hunden en el mar aunque sean ligerísimos, casi sin nombre (o piedra) que llevarse a la boca.

            ¡Pero si yo se completa en nosotros porque la o se abre y repercute!

            Obturación precisa y reiterada, oquedad de lo diáfano en las fotografías.

 

            La tumba no es el mar sino el lenguaje.

            Al séptimo día regresan los cuerpos. Ni siquiera los entomólogos forenses traducen bien la conversación del cuerpo ahogado con el mar. De pronto dicen que podría no ser pasto de animales. Pero si dices pasto ¿no estás diciendo tierra? Que por puentes de hidrógeno se salpiquen las redes y camine la vida a celebrarse.

            ¿Cómo va el agua a borrar el mentón? Si cuando se acercan los labios a la primera letra de la sed, sólo hay amor y un grito que se oculta.

            Si el rostro es una técnica de serigrafía. El logo o la imagen personal se estampa en una malla que ha de llamarse piel, o parecido, o apropiación genética y vibrante. Se coloca la malla completamente tensa y después se hace pasar la sangre como tinta, como forma vehemente ante los pómulos. Una pequeña presión hunde los párpados, desata las pestañas, los pliegues de la boca, cada ceja. Quedamos transferidos y veloces.

            ¿Cómo va el agua a borrar las pupilas?

            En la conspiración de lo invisible,

tenga

cada quien

su piedra

impertinente.

 

 

NOTAS

  1. Las algas son en realidad cabello humano, regalan su raíz, la descolocan. Todo lo recubren en el mar de los muertos.
  1. El rostro late como membrana elástica. El cráneo está horadado por cráteres lunares, es también un sol entero que no gira, atado a su columna vertebral, atado a la piedra que nos hace caer, que nos posee.
  1. Debajo de la piel se mueven agua y tierra. Ellas son lo más profundo. Dos especies a las que también pertenecemos. Su consanguineidad todo lo alumbra, un espacio de luz en tanta noche.
  1. Hay pueblos en que los vecinos ceden la propia tumba familiar, ceden piedras y tierra a quien quedó sin aire ni lenguaje. Hasta ellos avanza este poema aunque es sólo sucia canción de la saliva (apénas un acénto que no céde).
  1. Bajo el agua se atisba cada boca, el círculo dormido en las palabras que hace temblar la voz de las ballenas.
  1. Lo sabía Zenón: “Lo que se mueve no se mueve ni en el lugar en que está ni en el que no está”. Nos persigue la luz en tanta noche.
  1. ¿Es que hay un hilo rojo, ensangrentado, que sujeta la lengua contra el fondo del hueso parietal? Dignidad encharcada en la trama y la red.
  1. Sumámos tílde y cuérpo de la serigrafía. Apénas sé escribír

la     lárga      lósa      que      siléncia      el      água

 

 

rostros                               tachados                           rotos                                  escandidos

 

 

 

el rostro es el lenguaje que no sé pronunciar

 

 

 

la floración carnal ante la boca

 

 

para que tilde y lengua se amalgamen

 

 

porque               no              hay        copyright          para               los              gritos

 

 

 

nadie sabe qué dice el mar inquieto

 

 

no podré oír su lengua transparente

 

 

 

               tampoco soy capaz de verlo

 

 

                                                   ni por más que imagine la playa

 

 

                                                                                                 el alboroto

 

 

                                      la blanda decepción de las medusas

 

 

 

 

 

                        la piedra en que dormita, viscoso, este pavor

 

 

 

 

 

*(Valladolid-España, 1967). Poeta y profesora de Literatura hispanoamericana de la Universidad de Salamanca (España). Obtuvo Los premios Tardor (1998), XVIII Ciudad de Badajoz (1999), el Premio Nacional de la Crítica y el Premio de la Fundación José Hierro (2022). Entre el 2008 y 2012, ha coordinado el Ciclo de Poesía “Intersecciones” de la Universidad de Salamanca. Es miembro correspondiente de La Academia Norteamericana de la Lengua Española. Ha publicado en poesía Tratado sobre la geografía del desastre (1997), La sola materia (1998), Carnalidad del frío (2000), La ausente (2004), Atavío y puñal (2012), Fiebre y compasión de los metales (2016), Diecisiete alfiles (2019), Interferencias (2019), Incendio mineral (2021) y Libro mediterráneo de los muertos (2023); así como las plaquettes El ángel de la ira (1999) y Pasión vertical (2007).

 

 

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