Hace algún tiempo, el poeta colombiano Felipe García Quintero presentó en la revista web literaria La Otra, una interesante selección de poetas de su país entre los que recogía una antología de poemas de grandes escritores nacidos en las primeras cinco décadas del siglo XX. Creemos que es importante que se resalte dicha obra, por lo que Vallejo & Co. retomamos dicha publicación. En esta ocasión, es el turno de 2 poetas reconocidos fuera y dentro de Colombia: Giovanni Quessep y María Mercedes Carranza acompañados de una interesante y necesaria presentación.
Por: Felipe García Quintero
Crédito de la foto: Izq. www.minuto30.com
Der. www.letraaletra.co
10 poetas colombianos del medio siglo
(II parte)
Presentación
La poesía colombiana del siglo XX se despliega en una sucesión generacional de grupos e individuos, cuyas poéticas constituyen referentes de identidad y diferencia estética, de continuidad y cambio cultural.
El comienzo de la pasada centuria encuentra a un país devastado por efectos de la “Guerra de los Mil días”, un conflicto civil que enfrentó los partidos liberal y conservador por causa de la derogación constitucional y la imposición de una nueva Carta en 1886, de cuño tradicional y generador de nuevos conflictos. Constitución sólo vuelta a redactar con un espíritu plural e incluyente en 1991, la cual da sustento al actual Estado colombiano.
Además de muerte y pobreza, una consecuencia geopolítica adicional de la entrada de la república a la modernidad fue la separación de Panamá en 1903, hasta entonces un departamento de Colombia. Estos hechos no sólo mancharon de sangre los campos y acentuaron la miseria en las pequeñas ciudades de entonces, también trajeron desesperanza a las conciencias de la generación de escritores que se abría paso con la nueva época, prolongándose así la crisis finisecular.
El suicidio de José Asunción Silva, ocurrido el 23 de mayo de 1896 en Bogotá, hizo aún más necesaria la tarea de leer su obra trunca y dispersa por tantos accidentes e infortunios; a fin de dimensionar su legado, tan reconocido ahora como menospreciado antes por sus contemporáneos que no comprendían, entre otros asuntos, la atracción del decadentismo por la belleza enferma.
Es preciso señalar que fue Guillermo Valencia (1874-1943), miembro de la segunda generación modernista, quien realiza esa primera lectura de revaloración; un asunto vuelto a considerar hace unos años con otros criterios y posturas reivindicatorias, justo cuando se celebraba el centenario de la muerte del autor de “Nocturno III”, gracias a la iniciativa de la Casa de Poesía Silva.
Como queda dicho, en razón de la guerra interna que desoló al país, las fronteras culturales se replegaron a lo endógeno y se cerró todo horizonte de diálogo con otras naciones, incluso las vecinas, haciendo que esa posible mirada hacia afuera se tornara sólo en un diálogo doméstico, sin trascendencia. Pulula entonces una literatura de costumbres, necesariamente raizal. La única excepción hoy vigente de esa tendencia literaria en la región andina, limitada por la intención exótica y la denuncia social, fue en nuestro caso La vorágine de José Eustasio Rivera publicada en 1924.
Junto a las demandas de un compromiso histórico no saldado con las clases subalternas de la sociedad en América, de otras maneras también se prolongó la dependencia cultural con España. Aunque, es un deber decirlo, no todos los jóvenes poetas sufrieron el aislamiento y la incomunicación. Algo de ese aire insurrecto y herido, a raíz del conflicto internacional en Europa, llega a Colombia y produce una apertura en las formas tradicionales y en los temas literarios de entonces.
Hacia los años veinte surgen Los nuevos, con León de Greiff (1895-1976)), Luis Vidales (1900-1990), Rafael Maya (1897-1980) entre otros autores, como reacción a los poetas del Centenario, llamados así por la coincidencia de celebrarse el primer siglo de independencia. A ese grupo de escritores, reunidos en torno a la revista Pánidaeditada en Medellín, se debe el inicio de una tendencia modernizante de la poesía en Colombia, inaugurada, como señalamos al comienzo, por José Asunción Silva.
El verso libre lo inicia Rafael Maya hacia 1930. Con una mirada irónica y festiva al tiempo, llena de atracción y rechazo, de celebración y crítica de todo lo que ocurría por esos días, Luis Vidales incorpora asuntos nuevos a la lírica en 1926, cuando publica Suenan timbres. León de Greiff, por su parte, de origen nórdico y oído excepcional, entona una música distinta, compleja y rica en referencias léxicas y acentos, que no ha contado con sucesores hasta hoy.
Una reacción conservadora y de repliegue frente al gesto y la intención vanguardista que asoma con Los nuevos —no sólo en poesía sino también en las ideas políticas divulgadas por el talento precoz del cronista Luis Tejada—, la constituye la generación de Piedra y Cielo, llamada así por el libro homónimo de Juan Ramón Jiménez.
Referir los aportes de este grupo liderado por Eduardo Carranza puede resultar contradictorio, en cuanto la línea de avanzada hacia la contemporaneidad es interrumpida de súbito por estos jóvenes poetas que deciden impugnar el legado modernista que, sin embargo, cultivan con un lirismo anticuado también y dan la espalda a las novedades del lenguaje y la política con versos tradicionales. No abandonan, antes regresan a las formas y metros de la poesía clásica española. El soneto fue su principal instrumento.
Por supuesto, lo que se juzga anacrónico en ellos no es la voluntad de seguir el modelo peninsular sino su repliegue frente a la vanguardia, que se tradujo en un rechazo directo al espíritu de cambio y la necesidad de renovación emprendida por quienes les precedieron en la escena literaria. Un caso tenido ya en cuenta por la historiografía nacional lo representa el antimodernismo de Luis C. López (1879-1950).
Para la década del 60 el diálogo cultural ya es más abierto y cosmopolita, mediante referentes distintos a lo hispánico, que desde luego no se desdeña. Hoy en día resulta significante el reconocimiento a los intelectuales agrupados alrededor de la revista Mito, fundada por Jorge Gaitán Durán (1924-1962) y Hernando Valencia Goelkel (1928-2004) en 1955. En esta revista publicaron sus primeras obras Gabriel García Márquez (1927), Álvaro Mutis (1923), Fernando Charry Lara (1920-2004), Héctor Rojas Herazo (1921-2002), Eduardo Cote Lamus (1928-1964) y Rogelio Echavarría (1926), además del dramaturgo Enrique Buenaventura (1925-2003) y los ensayistas Hernando Téllez (1908-1966) y Rafael Gutiérrez Girardot (1928-2005). Quizá nunca antes había ocurrido que una publicación literaria ejerciese una influencia tan decisiva en la vida política y cultural de un país caracterizado por la ausencia de reflexión creativa y pensamiento crítico.
Asimismo, pero de otro modo, y contra el espíritu conservador de la sociedad colombiana y las ideas religiosas tradicionales, el Nadaísmo reacciona en 1958, con procedimientos estéticos muy particulares. En efecto, de la pluma de Gonzalo Arango, su profeta fundador, surge un movimiento plenamente programático de ideas y acciones beligerantes. A su actitud contestataria frente a las instituciones de un país elitista y clerical pronto se suma la irreverencia y el ingenio de unos muchachos de provincia que suscriben poemas, artículos, proclamas y manifiestos desde ciudades como Medellín y Cali.
El Nadaísmo cuenta ahora con detractores que cuestionan la valía estética y el aporte literario de sus obras, pues al parecer no pasaron del escándalo y la euforia iniciales, lo cual hizo creer que se trataba de una vanguardia necesaria, aunque extemporánea, tardía; pero también coinciden en reconocer el significado del gesto desafiante frente al poder. Esto contribuyó sin duda a revitalizar la poesía del momento con ideas libertarias, oralidad y humor, antes ausentes en el acontecer de las letras.
Ese medio siglo en Colombia, aquí comentado, es la confluencia transitoria y la convivencia en disputa de tres generaciones de poetas. Piedra y Cielo aún en la escena y al frente de medios informativos que le otorgan reconocimiento institucional; Mito y la interlocución creciente de su revista con la intelectualidad de Latinoamérica y Europa, además de la incursión de algunos de sus miembros en la vida política del país; y el Nadaísmodiscutiendo y consintiendo en algunos momentos con todos desde la margen concedida por los periódicos de la capital y mediante la provocación provinciana de sus desafíos públicos poco tenidos en cuenta como serios.
Un acontecimiento clave en el balance de este período es el asesinato del líder popular Jorge Eliécer Gaitán, ocurrido el 9 de abril de 1948, evento que parte en dos la historia contemporánea de Colombia y suscita pronto un ambiente de reacción crítica en la vida cultural y desata otra oleada de violencia en los campos. Aunque pasado el suceso sigue el tiempo nublado en lo que respecta a la política bipartidista del Frente Nacional (creado a partir de una alianza infame de poderes tradicionales que suprimió toda oposición), lo cual llena de inconformidad y desesperanza al país, y en particular a los jóvenes que no se identificaban con las hegemonías de turno.
Semejante al resto de países latinoamericanos, un espíritu de rebelión y esperanza caracteriza la década de 1970 en Colombia. Por estos años surge un grupo de poetas nacidos en pueblos y ciudades intermedias del país, que jamás militó de manera conjunta, pero que sí logra conformar una generación nueva llamada con distintos nombres, siendo desencantada el primero y el más recurrente.
En este punto cabe anotar que la presencia entre ellos de un poeta insular como Aurelio Arturo, nacido en 1906 y por esa condición miembro posible pero ausente de Piedra y Cielo y alejado también de Mito, signa de un modo rotundo la transición que sufre la poesía colombiana de 1950 a 1970.
Los poetas de la generación sin nombre o desencantada —llamada también de Golpe de dados, por la revista que funda y dirige Mario Rivero en 1972—, reconocen a Aurelio Arturo no sólo como maestro sino como su amigo. Una prueba es que Arturo integra el comité editorial de esta publicación desde su inicio y hasta que lo permitió su muerte ocurrida en 1974. La primera entrega de Golpe de Dados da a conocer los poemas que Arturo mantenía inéditos.
Autor de Morada al sur, una obra en suma breve y depurada, Aurelio Arturo será junto a Álvaro Mutis (1923), Giovanni Quessep (1937) y Juan Manuel Roca (1946), el poeta de mayor incidencia en el devenir de la lírica contemporánea de Colombia. Claro está, cada uno de los mencionados representa una tradición diferenciada por sus orígenes y procedencia. Arturo vinculado a la poesía inglesa y norteamericana, con el paisaje natural y espiritual del sur del país; Mutis ligado a la poesía francesa y a los espacios del trópico o “de tierra caliente” de los ríos, selvas y páramos andinos; Quessep en diálogo con la tradición moderna y clásica como la poesía italiana y los ámbitos culturales de referencia árabe y Roca en principio tentando los predios del surrealismo y la imaginería plástica.
Desde un panorama sucinto de relaciones entre literatura e historia social, la muestra adjunta de 10 poetas colombianos representa acaso los últimos momentos generacionales descritos bajo la mirada de contexto, en la cual prima como gesto distintivo la diversidad temática y de estilos, la actitud y el sentimiento de aceptación o rechazo frente a la tradición nacional.
Respecto de esta condición heterogénea que alimenta lo disímil, a partir de último tercio del siglo pasado, cabe reparar en la ironía paródica de Jaime Jaramillo Escobar (1932) que constituye un rasgo sugestivo de la poética nadaísta, como lo es el lenguaje conciso y la expresión exacta de José Manuel Arango (1937-2002) para mirar el mundo desde la contemplación rigurosa del pensamiento.
Otro caso singular es el metro clásico recuperado por Giovanni Quessep que va por lugares olvidados o desconocidos, donde la música verbal es una trama de imágenes inusuales y sentidos inéditos. En la orilla opuesta de la expresión refinada y las referencias cultas se ubica Raúl Gómez Jattin (1945-1997), a quien le correspondió como destino habitar la intemperie y entablar un pleito con la existencia. Preso de una belleza ulcerada, su lenguaje es áspero y sensible, exhibe sin pudores morales la desnudez de los sentimientos con lo cual retrata el universo personal de carencias y potencias afectivas.
La poética de Juan Manuel Roca en cambio es de un habitante del lenguaje. Su imaginería deslumbra por ser laboriosa y a la vez natural, fluye sin artificios retóricos. Explorador incesante de registros nuevos concentra sus búsquedas en la palabra creadora, cuyo instrumento principal es la metáfora.
En el conjunto plural de la generación Desencantada como es evidente reinan el desengaño y hasta la desesperanza. Ambos sentimientos del tiempo convierten la voz de María Mercedes Carranza (1945-2003) en el referente de un país en crisis y la crítica social de los problemas y conflictos, a veces sin salida posible, se constituye en una opción ética. La ironía viene a ocupar el centro de una conciencia literaria de realidades disonantes.
Por su parte, Horacio Benavides (1949) recorre con su palabra prístina los predios de la infancia sin idealismos vacuos, donde la fauna y las experiencias con la naturaleza devuelven el sentido perdido del mundo actual. Y afín de una poética de lo cotidiano, Piedad Bonnett (1951) no sólo describe sino que inscribe el mundo afectivo con sus marcas íntimas en un horizonte compartido por la experiencia de la vida.
Finalmente, Carlos Vásquez (1953) y Gabriel Jaime Franco (1956) encaran el problema de la escritura como un conflicto donde el silencio y el decir se traducen en un asunto de reflexión de la condición posmoderna. No se está frente a la enunciación de una aporía sino de ver las contradicciones constitutivas de lo humano en el lenguaje. Por ello los vínculos del verso con el pensamiento y el razonar filosóficos.
Coincide la crítica en afirmar que a partir de los años 70s, la poesía colombiana se caracteriza por no contar ya con movimientos o tendencias grupales, a modo de generaciones como antes ocurría. Ahora se trata de considerar los rasgos particulares de una tradición insular que se bifurca en diferentes sentidos. Uno de estos caminos es el que transitan los poetas nacidos a partir de 1950, dueños de una voz propia y una herencia literaria múltiple, remozada de nuevo por la persistencia de la violencia con que Colombia lidia en el campo político y social del siglo XXI.
GIOVANNI QUESSEP
(1937)
Galaxia Gutember/Círculo de Lectores edita en Barcelona el volumen Metamofosis del jardín. Poesía reunida (1968-2006) que reúne diez libros publicados junto a uno inédito titulado Hojas de la sibila. Obtiene el Premio Nacional de Poesía “José Asunción Silva” en 2004 y la Universidad de Antioquia le concede el Premio Nacional de Poesía por reconocimiento en 2007.
Canto del extranjero
Penumbra de castillo por el sueño
Torre de Claudia aléjame la ausencia
Penumbra del amor en sombra de agua
Blancura lenta
Dime el secreto de tu voz oculta
La fábula que tejes y destejes
Dormida apenas por la voz del hada
Blanca Penélope
Cómo entrar a tu reino si has cerrado
La puerta del jardín y te vigilas
En tu noche se pierde el extranjero
Blancura de isla
Pero hay alguien que viene por el bosque
De alados ciervos y extranjera luna
Isla de Claudia para tanta pena
Viene en tu busca
Cuento de lo real donde las manos
Abren el fruto que olvidó la muerte
Si un hilo de leyenda es el recuerdo
Bella durmiente
La víspera del tiempo a tus orillas
Tiempo de Claudia aléjame la noche
Cómo entrar a tu reino si clausuras
La blanca torre
Pero hay un caminante en la palabra
Ciega canción que vuela hacia el encanto
Dónde ocultar su voz para tu cuerpo
Nave volando
Nave y castillo es él en tu memoria
El mar de vino príncipe abolido
Cuerpo de Claudia pero al fin ventana
Del paraíso
Si pronuncia tu nombre ante las piedras
Te mueve el esplendor y en él derivas
Hacia otro reino y un país te envuelve
La maravilla
¿Qué es esta voz despierta por tu sueño?
¿La historia del jardín que se repite?
¿Dónde tu cuerpo junto a qué penumbra
Vas en declive?
Ya te olvidas Penélope del agua
Bella durmiente de tu luna antigua
Y hacia otra forma vas en el espejo
Perfil de Alicia
Dime el secreto de esta rosa o nunca
Que guardan el león y el unicornio
El extranjero asciende a tu colina
Siempre más solo
Maravilloso cuerpo te deshaces
Y el cielo es tu fluir en lo contado
Sombra de algún azul de quien te sigue
Manos y labios
Los pasos en el alba se repiten
Vuelves a la canción tú misma cantas
Penumbra de castillo en el comienzo
Cuando las hadas
A través de mi mano por tu cauce
Discurre un desolado laberinto
Perdida fábula de amor te llama
Desde el olvido
Y el poeta te nombra sí la múltiple
Penélope o Alicia para siempre
El jardín o el espejo el mar de vino
Claudia que vuelve
Escucha al que desciende por el bosque
De alados ciervos y extranjera luna
Toca tus manos y a tu cuerpo eleva
La rosa púrpura
¿De qué país de dónde de qué tiempo
Viene su voz la historia que te canta?
Nave de Claudia acércame a tu orilla
Dile que lo amas
Torre de Claudia aléjale el olvido
Blancura azul la hora de la muerte
Jardín de Claudia como por el cielo
Claudia celeste
Nave y castillo es él en tu memoria
El mar de nuevo príncipe abolido
Cuerpo de Claudia pero al fin ventana
Del paraíso
Pájaro
En el aire
hay un pájaro
muerto;
quién sabe
adónde iba
ni de dónde ha venido.
¿Qué bosques traía,
qué músicas deja,
qué dolores
envuelven
su cuerpo?
¿En cuál memoria
quedará
como diamante,
como pequeña hoja
de una selva
desconocida?
Pero en el aire
hay un patio
y una pradera,
hay una torre
y una ventana
que no quieren morir
y están prendidos
de su cola
larga de norte a sur.
En el aire
hay un pájaro muerto.
No sabrá de la tierra
ni de esta mancha
que todos llevamos,
de las máscaras
que lapidan,
de los bufones
que hacen del Rey
un arlequín perdido.
¿Quién lo guarda,
quién lo protege
como si fuera
la mariposa angélica?
Pájaro muerto
entre el cielo y la tierra.
Un verso griego para Ofelia
La tarde en que yo supe de tu muerte
fue la más pura del verano, estaban
los almendros crecidos hasta el cielo,
y el telar se detuvo en el noveno
color del arco iris. ¿Cómo era
su movimiento por la blanca orilla?
¿Cómo tejió tu vuelo de ese hilo
que daba casi el nombre del destino?
Sólo las nubes en la luz decían
la escritura de todos, la balada
de quien ha visto un reino y otro reino
y se queda en la fábula. Llevaron
tu cuerpo como nieve entre la rama
de polvo que ya ha oído el canto y guarda
la paz del ruiseñor de los sepulcros.
Cerré la verja del jardín, las altas
ventanas del castillo. Apenas quise
dejar entrar el trovador que hacía
agua y laúd y flor de la madera.
Dijo su canto: el tiempo ha destejido
lo que tejió el Señor, tapiz de plata
que ya sucede y anda por la luna,
tapiz que a la madeja vuelve. Sola
podrás hallar la forma que te espera.
No sé qué azul de pronto estuvo solo,
no sé cuál bosque dio a la luna amarga
su sortilegio, el girasol hallado
bajo la nieve en viajes que recuerdan
las claras aguas del Mediterráneo.
La tarde en que yo supe que te ibas
fue la más pura de la muerte: estabas
en mi memoria hablándome, olvidada
entre las azucenas y en un verso
de san Juan de la Cruz. Qué cielo había,
qué mano hilaba lenta, qué canciones
traían el dolor, la maravilla
que se asombra de ser en esa hora
en que estalló la luna en los almendros
y quemó los jazmines. Tú venías
por el lado del mar donde se oye
una canción, tal vez de alguna ahogada
virgen como tus pasos en la tierra.
Luego te fuiste por mi alma, reina
de fábulas antiguas y de polvo
semejante a las naves que sembraron
de sándalo y de cedro el mar de vino.
Sola te ibas, bella y en silencio,
bella como la piedra; había en tu hombro
un violín apagado. Los almendros
del patio y los jazmines anunciaban
una tormenta de verano. El cielo
quebró el espejo de mi casa y honda
sonó la muerte en el aljibe. Estuve
así, perdido en esa zarza ardiente
que en la memoria oculta a los que amamos.
Vestí de luto azul y quedé solo
en vísperas del día más extenso.
MARÍA MERCEDES CARRANZA
(1945-2003)
Es autora de los libros: Vainas y otros poemas (1972), Tengo miedo (1983), Hola, soledad (1987), Maneras del desamor (1993) y El canto de las moscas (1997). Su Poesía completa la editó la Biblioteca La Sibila (Madrid, 2010). Fue directora de la Casa de Poesía Silva desde su fundación en 1986.
Bogotá, 1982
Nadie mira a nadie de frente,
de norte a sur la desconfianza, el recelo
entre sonrisas y cuidadas cortesías.
Turbios el aire y el miedo
en todos los zaguanes y ascensores, en las camas.
Una lluvia floja cae
como diluvio: ciudad de mundo
que no conocerá la alegría.
Olores blandos que recuerdos parecen
tras tantos años que en el aire están.
Ciudad a medio hacer, siempre a punto de parecerse a algo
como una muchacha que comienza a menstruar,
precaria, sin belleza alguna.
Patios decimonónicos con geranios
donde ancianas señoras todavía sirven chocolate;
patios de inquilinato
en los que habitan calcinados la mugre y el dolor.
En las calles empinadas y siempre crepusculares,
luz opaca como filtrada por sementinas láminas de alabastro,
ocurren escenas tan familiares como la muerte y el amor;
estas calles son el laberinto que he de andar y desandar
todos los pasos que al final serán mi vida.
Grises las paredes, los árboles
y de los habitantes el aire de la frente a los pies.
A lo lejos el verde existe, un verde metálico y sereno,
un verde Patinir de laguna o río,
y tras los cerros tal vez puede verse el sol.
La ciudad que amo se parece demasiado a mi vida;
nos unen el cansancio y el tedio de la convivencia
pero también la costumbre irremplazable y el viento.
Poema de amor
A través de una luz irreal
—la cortina azul de la habitación
cerrada a media tarde—
se acerca a la cama.
En estos instantes su cuerpo es inmenso,
sólo el cuerpo existe.
Puedo repetir las palabras entredichas,
la piel que se derrite, el sudor.
Pero en realidad sucede
que mi cuerpo está bajo su cuerpo
—fantasías inconfesables,
manos sabias, miradas inequívocas—
ambos tratando de sobrevivir
cada uno gracias al otro.
Caemos y caemos como Alicia
en un precipicio sin tocar fondo.
Y como Alicia nos detenemos de repente:
ese tenso, inmóvil instante.
El espejo se rompe
cuando oigo su voz que me dice:
“Qué bien lo hemos pasado, mi amor”.
Pienso entonces que debo ocuparme ya
de encender las luces de la casa.
Situaciones
De la soledad (1): una mujer camina sin rumbo
horas y horas por la ciudad.
Sin ver mira caras, edificios, el suelo.
Al final de una calle encuentra un teléfono.
Llama, en la habitación desierta
nadie contesta.
De la soledad (2): una mujer se encuentra sola
en una habitación con un hombre al que casi no conoce.
Medio recostada contra la pared,
se pasa la mano por la frente y le dice: “ayúdame”.
El hombre se acerca
y la toma entre sus brazos para besarla.
Ella lo rechaza con violencia y huye de la habitación
llorando.
Del miedo: una niña de cuatro años
está jugando con un tintero,
la tinta se derrama sobre el tapete.
La madre se acerca a pegarle.
Los ojos de la niñas se abren más de lo normal
y expresan desconcierto y temor.
Esos mismos ojos, treinta años después,
me están mirando ahora en el espejo.
De las claudicaciones: una mosca
se golpea torpemente muchas veces contra el vidrio.
Al final cae atontada, haciendo piruetas en el aire:
en la vida, como dopada, me muevo plácidamente.
Del amor: un hombre y una mujer se encuentran.
Brevemente se miran a los ojos.
El hombre se marcha y la mujer se tiende boca abajo
sobre la misma cama
en la que tantas veces se acostó con él
y comienza a llorar. Todavía está llorando.
De la vejez: una mujer se mira en el espejo.
Desliza los dedos lentamente por el pelo,
levantándolo con suavidad,
se pasa la mano por la cara, también lentamente,
la baja luego a los senos.
Por último se sienta a orinar
y apoyando los codos sobre las piernas
esconde la cara entre la manos.
Cuando escribo sentada en el sofá
(Arte poética)
Igual que la imagen de mi cara en el espejo,
en la lisa y lustrada puerta de un armario
me recuerda cómo me ve la luz,
en mis palabras busco oír el sonido
de las aguas estancadas, turbias
de raíces y fango, que llevo dentro.
No eso, sino quizás un recuerdo.
¿Volver a estar en uno de aquellos días
en los que todo brillaba, las frutas en el frutero,
las tardes de domingo y todavía el sol?
El golpe en la escalera de los pasos
que llegaban hasta mi cama en la pieza oscura
como disco rayado quiero oír en mis palabras.
O tal vez no sea eso tampoco,
sólo el ruido de nuestros dos cuerpos
girando a tientas para sobrevivir apenas al instante.
Yo escribo sentada en el sofá
de una casa que ya no existe, veo
por la ventana un paisaje destruido también;
converso con voces
que tienen ahora su boca bajo tierra
y lo hago en compañía
de alguien que se fue para siempre.
Escribo en la oscuridad,
entre cosas sin forma, como el humo que no vuelve,
como el deseo que comienza apenas
como un objeto que cae: visiones de vacío.
Palabras que no tienen destino
y que es muy probable que nadie lea
igual que una carta devuelta. Así escribo.
(continuará…)