Por Alejandro Céspedes*
Crédito de la foto (izq.) ©José Simal –
El Comercio /
(der.) Ed. Liliputienses. 2023
1 poema de Los infraleves (2023),
de Alejandro Céspedes
Uno
Lo que se nos presenta como nuestro
es una alegoría del olvido.
El calor de un asiento que acaba de dejarse,
su radiación, su irse, su desvanecimiento suavemente.
Dice Marcel Duchamp: «infraleve, adjetivo,
no hacer nunca de ello un sustantivo».
Los infraleves son también las distintas apariencias
de aquello que se muestra como idéntico.
Cualquier analogía es infraleve, vuelve a decir Duchamp.
Es eso imperceptible que difiere en lo producido en serie.
Lo que queda en el molde de la pieza copiada,
la ausencia que ha emigrado de uno a otra.
Es lo que se ha escondido debajo de su aspecto.
Lo mismo y lo distante.
Lo correcto y lo enfermo. Lo arrugado y lo recto.
Lo que ansía lo plano de cuando fue rugoso.
Lo que cada uno envidia cuando lo tiene el otro.
El ruido que se duerme en brazos del silencio,
su despertar de golpe.
Las cajas de zapatos y su olor a humedad,
ese moho que vive sobre las fotos muertas,
la oscuridad de la que se alimenta.
Las perlas de un collar en blanco y negro
que aún tienen que esperar hasta la FRACCIÓN 10
para existir después de ser escritas.
La gratuidad de lo que apenas pesa.
El tiempo es un objeto. El objeto y su causa es infraleve.
La sombra de la aguja que marca los segundos.
Infraleve es la tela de una araña,
pero grave el insecto que tropieza con ella.
También lo son los ecos de su vuelo,
el recuerdo del vuelo mientras muere en la araña.
El dorso de lo simple y la complejidad de lo que es cierto.
El viajero que pierde en el último instante su tren es infraleve.
La mirada de aquel que espera su llegada en el destino
y ve el tren alejarse y el andén vacío.
El aire que despiden los huecos de las puertas giratorias.
El veloz intercambio entre lo que se ofrece a una mirada
y lo que permanece en la retina.
Lo que queda del mundo durante un parpadeo.
El roce de los párpados encima de la córnea.
El instante indecible en que algo se olvida.
Esa fugacidad de lo impensable
en la gravitación de lo pensado.
Aquello que sucede cuando ya no se espera
y se pierde al instante por azar o por miedo.
El calor que genera el propio miedo.
El vapor del aliento sobre el frío
mientras alguien se muere en otra parte.
Las dos expiraciones buscándose en el aire.
La lluvia, cada gota que pasa delante de los ojos.
La gota que en el suelo se reúne con otras.
Ese momento mágico del líquido que se estrella en lo sólido
y se esparce en astillas más pequeñas.
La inefabilidad que hay en lo sólido
cuando danza en el polvo sobre un rayo de sol.
Toda separación es infraleve y grave.
Lo que se pierde es un infraleve.
También a veces es lo que se gana.
La teoría cuántica aplicada a la ausencia,
la superposición, eso que hace posible
que tú sigas aquí después de haberte ido,
la existencia sincrónica de dos formas opuestas.
El maullido del gato en la caja de Schrödinger
muerto y vivo a la vez, igual que todos.
La transparencia es en su cualidad inaprensible un infraleve.
La oquedad que en el aire va dejando una bala
mientras busca a su víctima. Las plumas liberadas
por ese proyectil que alcanza a la paloma,
su viaje por el aire ya sin dueño.
El aire de Madrid metido en una caja
que se envía a Uruguay con una dirección que ya no existe
mientras alguien la espera en Buenos Aires.
Lo que queda en la lengua después de una palabra venenosa.
El veneno que absorben los oídos
en el reverberar de esa palabra.
El fluir de la savia por el tronco.
La amargura de un árbol que se tala.
El olor a resina de su alma.
Lo que se ve aumentado en una lupa.
Todo lo que es minúsculo y ahoga.
La mirada de un niño en un escaparate de juguetes.
El cristal, la ventana, el dentro/fuera.
La mano en el cristal. La mano en el cristal.
La mano en el cristal que va a empañarse
al principio de la FRACCIÓN 15.
Lo que el cristal de esa ventana absorbe
mientras se está mirando lo que hay fuera…
y se va.
Lo que se queda dentro sin poder traspasarlo.
El vaho que se fija a las ventanas,
la humedad que se escurre por el vidrio,
el surco de la gota que recorre dos mundos empañados.
La mano en el cristal. La mano en el cristal.
El llanto que divide el vaho en dos extrañas
islas de inexistencia.
El nombre que se escribe con la yema del índice
en una de esas islas separadas.
El irse diluyendo de los trazos.
El pájaro y la jaula,
los pájaros huidos,
la jaula sin el pájaro.
La oscilación del palo que conserva el impulso de la huida.
El vaivén de la puerta de la jaula.
Lo que existe, sin verse, entre lo que se elige y se rechaza.
Toda caricia es un infraleve,
el distinto gradiente de sus temperaturas.
Lo que aún sobrevive en el espejo
justo cuando dejamos de mirar.
Verte desembarcar sobre la noche unánime[1]
contra todo pronóstico mientras sueñas que late el corazón,
el corazón que sueña que funciona
mientras late en el sueño de otro corazón.
El corazón y su latido unánime
y postrero e inútil…
El hueco de tu rostro encima de la almohada
después de haberte ido.
El contorno de un perro que persiste en la hierba
tras haberse tumbado. La hierba incorporándose
tan sosegadamente de forma imperceptible.
La sombra que desea perdurar sobre el suelo
después de que la flor fuese cortada.
El hueco que se sigue imaginando lleno.
Una escalera con los peldaños rotos.
Los recuerdos del pie que la ha subido.
El humo de las llamas que la queman.
La decisión de hacerla prescindible.
El paisaje que está fosilizado
dentro de los ladrillos de una ventana tapiada.
El olor del café que se escapa en la orina.
Los sueños de grandeza de un seto recortado
y la satisfacción de las tijeras.
Los recuerdos del hueso de una sepia en la arena,
su añoranza del viaje y de la hondura.
El amor esculpido en un cuerpo de mármol,
las lágrimas halladas en un bloque de hielo
extraído a la fuerza de un glaciar que se funde.
La implacable tendencia a la inexactitud de las balanzas,
las dudas permanentes que tienen sus agujas
antes de decidir dónde posarse, la indecisión,
el tiempo y el espacio en el que oscilan,
las posibilidades que engendra el titubeo.
Lo que ocurre detrás de lo instantáneo.
Lo que ocultó ese instante en su afán de ser visto.
Lo que anhela ocurrir mientras se evita.
Los sueños de los fetos que se abortan.
El llanto que tenían ensayado
cuando viesen la luz por vez primera.
La fuerza del arrastre de un «te quiero».
La relatividad que curva su materia
y hace un nudo en la luz que lo traspasa.
Todo lo que resulta incalculable
y, sin embargo, nos da nuestra medida.
Lo que queda en nosotros de lo que ya perdimos.
La lucidez que nubla a los suicidas…
La certidumbre de saberse muerto
en el instante previo a ya no saber nada.
Ese momento prístino en el que te das cuenta
de que no es necesario saber nada.
Si hubiera una razón para morir, ¿sería esa razón un infraleve?
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[1] J. L. Borges. Del poema “Las ruinas circulares”: ‘Nadie lo vio desembarcar en la unánime noche’.
*(Gijón-España, 1958). Poeta. Licenciado por la Facultad de Filosofía y Ciencias de la Educación de la Universidad de Oviedo (España). Residió en Madrid (España) durante más de 30 años y, desde 2017, en Oviedo. Se desempeñó como crítico de poesía en el suplemento cultural del diario El Mundo; fue miembro fundador y del Consejo Editorial de la revista Número de Víctimas y responsable del Área de Poesía de la revista La Cultura de Madrid. Entre 2009 a 2011 codirigió el programa de poesía Definición de savia en la Radio del Círculo de Bellas Artes de Madrid; en la Cadena SER fue responsable de la sección de literatura y teatro del programa Café con hielo. Es editor de la obra poética de Luis Sepulveda: Disparos al aire (2023); O caçador descuidado (2023); Istruzioni per il viaggiatore (2022). Obtuvo el Premio Iberoamericano de Poesía Juan Ramón Jiménez (2022), el Premio de la Crítica de Asturias (2021), el Premio Jaén de Poesía, el Premio Hiperión, el Premio de la Crítica de Asturias (2008), el Premio Blas de Otero (2007), el Premio Navarra de Literatura-Poesía, el Premio Ángel González (1984), Premio Universidad Popular de Gijón (1982) y el Premio Internacional de Poesía Villa de Lanjarón. Ha publicado en poesía Soy Lola Jericó, (2022); Cazadores de icebergs (2022); La infección de lo humano (2021) y El aliento del klai (2020); Las caricias del fuego (2018); Voces en off (2016 y 2017) y Topología de una página en blanco (2011 y 2012); Flores en la cuneta (2009); Hay un ciego bailando en el andén (1998) y Las palomas mensajeras solo saben volver (1994); Los círculos concéntricos (2008); Sobre andamios de humo. Poesía reunida 1979-2007 (2008); James Dean, amor que me prohíbes (1986); La noche y sus consejos (1986).