1 cuento de «Cuneccia Tropical» (2023), de Álvaro Ique Ramírez

 

 

Por Álvaro Ique Ramírez*

Crédito de la foto (izq.) Ed. Mediática /

(der.) archivo del autor

 

 

1 cuento de Cuneccia Tropical (2023),

de Álvaro Ique Ramírez

 

 

EL LARGO CAMINO A CASA NO EXISTE…

Con música de George Thorogood & Destroyer

 

…y esa casa desapareció. No queda nada. Volver es regresar al dolor.

El viaje de regreso te lleva de los pelos. ¡Mejor no vayas!

I must forget everything. / I must forget yesterday. / I must forget the past. / Everything!

Debo olvidar todo. / Debo olvidar el ayer. / Debo olvidar el pasado. / ¡Todo!

Volver es una culpa sentimental. Y como dice el tango, volver es olvido.

Volver es el viaje de regreso a las calamidades porque el recuerdo asoma como un garrote.

Aunque ‘’me gustaría volver y mirar todo con una mirada sin cuerpo, como si fuera una película’’, tal y como dijo Manuel Puig en una situación similar.

¡Maldito ingrato desagradecido! No sean duros con él.

Lo siento, doña. Busquen al vagabundo de mierda.

Traigan de regreso a mi hijo. Al ‘vagabundo de mierda’, como dicen. Oveja negra o manzana podrida, no me importa. Es mi muchacho. Pero, tráiganlo, ¿sí?

Pobre vieja. Encerrada entre cuatro paredes del hospital psiquiátrico, todos los días la misma letanía.

Terco como una mula sigo escribiéndote. Esta es la carta 795. No importa que no contestes. Me basta con escribirte. ¿Sabes?, terminé otro libro de cuentos y uno de poesía, me parece que están en ‘algodón’ (o sea, en algo), no sé, la verdad. Pero, en ambos se me da por deshacer la vida —en distintos tonos—, y dando algunos saltos mortales cuento lo vieja y puerca que es la susodicha. El lunes veré a un editor, está en bancarrota; pero cree en los milagros y es una lucecita al final del túnel, ya que me dijo: ‘Trae para leerlos, a ver, qué pasa’. A Jorge Pimente — un poeta de lo más chingón e impertinente— no le fue difícil publicar; es que era el capanga de Hora Zero. Y no es el caso conmigo. ¡En fin! Pero si todo sigue igual, no voy a renunciar a la escritura. Viejita linda, además de tu recuerdo, es todo lo que tengo. Lo siento. No quiero aguarte el día. Un beso. Tu hijo, Añil Infiel.

 

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El pasado en la máquina del tiempo: El río y el monte al alcance de mis manos. El Láudano, el barco de mis ensueños infantiles comandado por un loco nato, experto en el arte de la navegación y aficionado a Poe: mi padre, mi antihéroe. La ciudad que no me necesitaba, pero exigía. Yo, sin ajustarme a ella. Mi barrio La Arenita, guarida y querencia de los afectos. La patria chica. Mi abuela y su poltrona imperial que salvó de un incendio. Sus cicatrices, las medallas de su arrojo. Mi abuelo revoltoso y su gusto por la desobediencia, defendiendo a bastonazos el monumento a la Libertad, allí, en la Plaza de Junio —trinchera de causas perdidas—, para que nadie lo reemplace por un busto del asesino del caucho y la infamia progresista. La casa de mis abuelos, ¡inmensa!, tanto, que cabía el mundo entero, y donde la vida tumultuosa entraba y salía. Gente de toda laya. Voceríos, incluido radio bemba, poniendo rabo a las historias dudosas y cuernos a las medias verdades ajenas, recreando el dicho del dicho, o haciéndonos creer que en algún lugar de la ciudad estaban comiéndose una sirena en batán de cedro cubierta de algas y frutos marinos, pero todos sospechaban que podía tratarse de una chiquilla virgen de los altos montes para diversión de los marineros extranjeros que pagaban harta guita para satisfacer sus gustos. Al final de las averiguaciones solo se trató del cadáver tasajeado de una vaca marina sobre hojas de santa maría que los perros se quitaban. Y había de esos parlanchines encantadores comentando algunas veces de manera bonita, cómo la gente vulgar hacía tratos con el mercado negro comprando cigarrillos Pall Mall, zapatos italianos La Milano y fragancia Leite de Rosas, y venderlos a precio de joya a los platudos; y el negocio perverso de la venta de muñecas: las más bonitas como estrellitas de cine iban a parar de domésticas en la villa militar. Otras veces, la conversación se refería de manera condescendiente al contenedor de pelucas rubias que andaba en manos de los contrabandistas que nunca se negaron a vender a los cafichos de los prostíbulos para embellecer a las prostitutas. Pero lo que no sabían estos majaretas de burdel era que la ciudad estaba llena de negros prietos con lana que llegaron en los vapores con travesías de ultramar. Y con furor salvaje tomaron los burdeles. Y los pusieron de cabeza, al revés y al derecho. No, mamita. Ponte la peluca en la concha. Abre tu tijera. Voltéate. Colócatelo en el culo. Así es como me gusta coger a las gringas al pomo. Y untarlas con mayonesa. Los fornicadores estaban en su garbanzal. Bisnes es bisnes, dijo el capo de la merca, y todos se hicieron de su peluca. La chiquilla, la joven, la de media caña con la ceja caída y la dama del sarcófago, gorda y despeinada, que renegaba de la ley de la gravedad. La lesbi. La bi. El bi. El gay y el supergay. El trans. El drag queen. Prácticamente todos se quitaban las pelucas. Y empezaron a pagar precio de oro. Las casadas calurosas, las pendejas y las moscas muertas, también se hicieron de una peluca para agregar novedad y fantasía a la hora de (fornicar) los polvos. La linda y amorosa mujercita colocándose la peluca y mostrando su cuca húmeda, invitando arrecha: ¡Ven, tírame! ¡Cáchame como a la gringa de la esquina, mi amor! Y el marido lleno de pasión ardió como una cajita de fósforos, aunque sin entender nada, ya que él nunca se había comido la papa gringa de la esquina. Además, en este bajial no hay gringas. ¡En fin! En ese tiempo Cuneccia Tropical era conocida como ‘la Puta Rubia’. ¡Verídico!

Debo mencionar también los ojitos chinitos y las sandalias de plataforma alta de Simona. Diógenes solitario como un tapir, que a pesar de su clavícula dislocada seguía montando su brioso caballo de madera. Dominga y su bandeja de pomarrosas a precio huevo. Mis hermanos. Mamá mirando el río y en una de esas, aparece el marido pitando el barco. Mamá caminando entre fogones, dándole amor a la olla. Mamá persiguiéndome con un pocillo lleno con resina del árbol de ojé y hojas de paico (el purgante de mi infancia y adolescencia). Hace un día estoy en la copa alta de una uvilla o uva de monte. Mamá y todo su amor, arrojando el mejunje. Convenciéndome. Y ni bien bajo del árbol, el vecindario me toma prisionero. Mamá aparece con una botella llena de un líquido lechoso y ordena: ¡Ábranle la boca al bicho! Yo parecía un ratoncito con la boquita exageradamente abierta y; ¡glug!, ¡glug!, ¡glug!, a la fuerza me hicieron tragar el brebaje. ¡Agg! A los cinco minutos, tembleque sudoroso, estaba al pedo yéndome por el wáter.

Luego, el vacío.

La selva pegajosa de la madrugada. El sol achicharrante. Las lluvias torrenciales descorchando truenos y rayos para que nadie dude que en esta región fértil e insegura, los aguaceros son de durar y los vendavales, verídicos desparramamientos de nunca acabar que hicieron trizas el cuento del diluvio bíblico que no pudo con un viejo melenudo y barbón y su extraordinaria nave marciana llamada, ¿arca?, ¿moisés?, ¿batelón?, repleta de animalidades y otros humores del zoo —aunque no me consta, no estuve allí—, además, los manuscritos de la época encontrados en las cercanías del cañón más profundo del Pongo de Manseriche (río Marañón. Departamento de Amazonas), registran con lujo de detalles que solo fue un chubasco que samaqueó a ambos lados del río, matas de yerba santa, rudas vivaces y aromáticas de un metro de altura —planta de la buena suerte desde tiempos bíblicos—; diversos helechos: culantrillo, cabeza de chivo y yerba de papagayo; alhelíes encarnados, narcisos con flores de color amarillo mantequilla muy olorosas y heliconias salvajes rojo vivo. En una charca natural poblado de jacintos, juncos, junquillos, camalotes, nenúfares y victorias regias, cayó el bienhechor líquido elemento reavivando el follaje. Fue algo así como una llovizna intermitente fluyendo de la bóveda celestial, a tal grado que las presencias mayores de la naturaleza ni se dieron por enterado. Unos dicen acomodos del cielo y otros, misterios de la selva. Huachafería exótica.

El colegio, según la sensación. Como una fortaleza siniestra o como una covacha de alimañas. En ambos casos, el horizonte demacrado; a ojo de buen cubero, daba una visión malsana del matorral de carañas y altas yerbas invadiendo las aulas; complicando el caminito al río Macaya, a donde íbamos la patota completa (Tiburcio ‘Frankenstein’ Encino, Romelio ‘Chapo’ Fasanando, Josías ‘Pepino’ Vera, Clodomiro ‘Nariz de Zapato Viejo’ Roa, Zenobio ‘Cabeza de Chancho’ Trigoso, Flavio ´Comanche´ Villalta, Lucas ‘Kicha’ Amaranto, Leo ‘Masato’ Sangama, Aristóbulo Golondrina ‘la Mujer Boa del Cuarto F’, Paulo ´Teclo´ Castilla, ´el Indio Virgilio´ Balbuena, Adriano ´Caballo´ Ira, Carlos ´Brujo´ Aguilar, Lucho ´Cholo´ Arancibia, Justino ´Guayacol´ Tananta, ´Mariguano´ Chanchari, Teobaldo ´Shambo´ Merino. No están todos los que son ni son todos los que están. Pero, estuvimos ahí / But, we were there. You. Me. Them. Everybody! / Tu. Yo. Ellos(as). ¡Todo el mundo!); huyendo de la atosigante ciudad mamabicho. Sacábamos la botella y chupábamos unos tanganazos de cachaza, y sin desperdiciar una hebra fumábamos una maría trepadora y no había quién nos pare. Y como la vida era un vacilón, hicimos un cargamontón a la Amy, la Camila, la Marilyn y la Perlita, cuatro perritas cachondas del cole Rosario Agustina que nos buscaban y seguían. Luego del levante nos dedicamos a pachamanquear a nuestro gusto y mañosería, y les dimos, sabrosamente, el rico bicho hasta gastar la última munición, es decir, se la mandamos completo hasta dejarlas como gorra de marinero. Pero la reina de la fiesta era Aristóbulo Golondrinas, el mariconcito de los ojos verdes hipnóticos más conocido como ‘la Mujer Boa del 4º F’, contentando a la manada. Nos engulló a todos: chicos y chicas. Nos dejó, secos. ¡Trapos! ¡Qué tal rosquete máquina tragapija! Y terminaba vacilándonos: Ya no soy virgen. Hace rato me desvirgaron en el matorral detrás del cole como si fuese un trencito jalando nueve vagones. Desde entonces tengo al diablo metido en mi orto; y para que ustedes disfruten yo me esmero como un puto gay o chica unicornio; como ustedes quieran, cabrones. Y repitió el plato con el muchachón de su preferencia. El Taxi-Boy del que estaba enamorado. Apapachos y franelas y la rosca fantaseando. Bebé, sígueme el juego. ¡Ujum! Soy una meretriz del chongo ‘’La Esquina del Movimiento’’ y por ratos el tío querendón y tú mi sobrinito pichulita embravecida, y soy tu madre puta que le gusta que le veas en calzón y tú eres mi hijo con la verga caliente, clavándome y haciéndome cositas ricas. ¡Muérdeme el pescuezo!

¡Muéveme la batea, ‘morcito! Y poniendo su carita rojo carmesí, continuaba: Indiecito tócame por aquí, Indiecito manoséame por acá, tu dedo medio más allacito; lo decía con esa ternura innata, ardiente, que solo los mariconcitos oriundos de Cuneccia Tropical tienen, y ‘el Indio Virgilio’ con pinta de gitano castigador, besucón, se pachamanqueó de lo lindo, otra vez, al trolo pepón de los ojos verdes, conocidísimo como ‘la Mujer Boa del 4° Letras´. ¡Machúcame ‘morcito! ¡Ay, qué ricooo!

¡No pares! Mientras tanto Los Mirlos sonando en la grabadora Sony: ‘Eres bien bonita / pero mentirosa / engañas a los hombres / siempre con mentiras, mentirosa, mentirosa…’

Los profes, soñolientos, avinagrados, exigiendo. Tiroteándonos con sus fórmulas químicas, enunciados filosóficos y la aburrida geometría con sus benditos planos, polígonos, etcétera. ¡Qué tal huevada! Y los cabrones, mirándonos con odio. Deseando estrangularnos, y nosotros:

¡La puta que te parió, comemierda! ¡Qué cosa! Y enseguida maldiciendo. Y el despelote. El negro ‘Elbis’ (el bisté de a kilo que traes en la puta bemba), golpeando su carpeta con la pichula al palo. ¡Qué horror! Medio salón expulsado hasta que la puta madre de cada uno de ustedes se acerque a hablar con el director y se los despache a la calle, como lacras que son. ¡Una vergüenza para el CNI! (¿Colegio Nacional Industrial?).

¡CNI, mi verga, guebón! ¡Me vale madre! / I’m worth mother!

¡Hijo de puta! / Motherfucker!

¿Qué será de estos gallos? Aunque está claro, la yunta del cole es para un ratito. El tiempo nos borra.

La patota. Una hembrita con cada uno, paseando como pelotudos en bicicleta. Ella iba sentadita en la parrilla, con la carita apoyada en la espalda del gil y agarradita con una mano de su cintura y la otra, sobre la pija del afilador; la chicoca, más que cantando, despedazaba el english language: All you need is love / Todo lo que necesitas es amor, de los Beatles.

Las alborotadas chiquillas, pendejitas guapachosas en punto de caramelo, que hacía rato habían perdido el escapulario y la costura, y no fue precisamente montando bicicleta, quién sabe fue jugando a las escondidas o a los muebles de tienda, juego en el que todos los muchachos querían ser silla o cama, entonces las chiquillas elegían a su gusto y comodidad. Me imagino que alguno de estos entretenimientos o todos, les dejó con el hilván roto y una sonrisa eterna. Era un pajazo contemplarlas radiantes, provocativas y coquetas en ropa de baño, ajustado y pegadito a sus carnecitas duritas, pavoneándose en la Playa Achiote; dando maicito a los tiburones mientras los bagres miran y sufren.

Los domingos de fútbol en la cancha del Club Diez de Mayo, al fondo de la Santa María (calle con un caño como un río pestilente), junto a un caserón ruinoso conocido como ‘la botonería’, ya que en sus mejores épocas se fabricaba botones de tagua que se exportaba a Europa como mercancía exótica. Pero no íbamos a esos jurutungos por ese fútbol de Tercera División. Nosotros estábamos en ese pedazo de verdor por la timba y los naipes. Y la joda. Terminábamos embutidos de champañita, borrachos hasta el culo escuchando a Los Wembler’s y quitándonos las babas de Los Ángeles Negros:

«Y volveré / como un ave que retorna a su nidal / verás que pronto volveré y me quedaré…».

Otra vez la ciudad. La ciudad como un fenómeno óptico: A veces, un conjunto de chalecitos primorosos, pero sin proyectos que ilusionen o bosquejos de nuevos trazos y espacios arquitectónicos. Abundaban mamarrachos tembleques. No había nada que valga la pena admirar. Otras veces, la sensación amarga de contemplar una ciudadela de casuchas pobres escondida en el matorral.

Todas estas imágenes suceden una tras otra, como en el cine. Durante años guardé bajo siete llaves mi infancia y adolescencia, y los estoy liberando, ahora, para confrontarlos con la película del ayer y con el descuajo que nos proporciona el recuerdo. Para nada me interesa la exactitud de la duplicidad que obliga la nostalgia. Ser un hijo insatisfecho de esta selva y llevar el pelambre amazónico es un asunto que me emociona y conmueve. Y hace que no pierda de vista el origen de mi vida. Mi semilla.

El largo camino a casa no existe. ¡Es pura ilusión! La casa desapareció. ¿Los viejos se despacharon al otro lado? No lo sé. La familia se hizo humo. Debido a eso yo no me creo el embuste de volver al lugar donde nací. Eso no me lo fumo.

Yo me largué de este pinche lugar antes que la lluvia me disuelva. Y si alguien pretende darme una lección diciéndome, vuelve al hogar familiar o te vas a arrepentir majareta. Otro, menos severo, creyendo que en mi vida espiritual perviven residuos formales del pasado se le ocurre decir, deja la geografía del desarraigo y regresa a casa antes que te conviertas en paria. ¡No! la casa fue el terror paralizante y el despotismo imperante, tirano. El cementerio de mis ilusiones juveniles. El mundo nauseabundo y caótico de conductas tácticas. Además, escribir acerca del pasado no es un asunto recreativo, es una forma menos dolorosa de regresar. Una cobardía cínica que no me quita sueño y ronquidos. Soy el hombre de aceite.

He olvidado a mis parientes, ¡a todos! Y sin yo saberlo, seguramente, están dos metros bajo tierra.

El pasado está muerto.

Pero volví. Solo para joder la siesta.

No hay nada que festejar. Aunque el regreso sea flor de un día. Un fracaso rotundo o una mentira ominosa.

—¡Bienvenido a casa!

—¡Bienvenido, mis huevos!

He aquí la patraña: «El hijo siempre vuelve a casa». ¡Por favor!

Yo no exijo nada. Nadie que se larga y vuelve, puede exigir. Sería un disparate. Me contento con recibir un abrazo cálido. Y, ¡chao!

No soy el hijo pródigo. ¡Soy un pinche extraño! El que se va, pierde. Sí, pues.

Yo decidí largarme. Y el viento me llevó, sin más razón, por las rutas del mar y los caminos del mundo.

Para decirlo bien clarito: En mi caso, la idea de volver se pasa de verga.

 

 

 

 

 

*(Iquitos-Perú). Poeta y narrador. Reside en Fort Myers (EE. UU.). Ha publicado en narrativa Morgana en los infiernos / mandrágora (2008), Cartas desde el mar (2010), Amores en el guayabal (2014), Delirios de cantina (2015), Rosas y putas (2015), Guacamaya Love y el son de los mojados (2018), El veneno de la poesía / The poison of poetry (2019), Espérame en Caballococha (2019), Sicario (2019), Palabra de reptil (2020), Lengua de reptil (2020), Cuneccia tropical (2023) e Iquitos lesbo (2023).

 

 

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