Por Yeray Barroso*
Crédito de la foto www.entrevistas12y21.lagallaciencia.com
1 +1 poemas de Yeray Barroso
soliloquio del loco
1
por ahí viene tu hermano de la noche.
camina con la boca seca.
cómo se llama
si apenas tiene tu rostro,
qué color lleva en la herida
que tampoco te deja dormir.
2
¿Me dejará la muerte
gritar
como ahora?
José Watanabe
supo que era el viento
un tallo capaz de orillar las nubes
para la última rendija de la jaula
de la que no se puede salir.
está desnudo y gatea,
tiene treinta años
a fuerza de recolectar las noches.
es tu hermano
y ahora bebe hierbabuena
para calmar su estómago.
está desnudo y gatea por la alfombra.
no es él quien está allí.
supo que era laurel para las tardes
el agua guisada, el rezo sin dios
de la casa,
el ladrido de las mil leches
que pesan en el perro.
3
no te reconoces en la foto
que llevas en las manos.
ese niño no fuiste tú
y tampoco es tu hijo,
aunque hay algo en él que se te parece.
¿cómo pudiste cambiar tanto
en apenas dos décadas y media?
hoy, que al fin llueve en este desierto
y las olas que esculpen en el barranco
modulan la arena,
te preguntas quién eres.
¿queda algo en ti
de ese niño inocente?
no puedes ser él.
no eres tú y tampoco es tu hijo.
4
he visto tantos viejos de apenas veinte años
que sus manos ya no podían
con la yema anular
abrazar la zarza,
sentir que todo corre
cerca del cascarón tardío,
como jóvenes danceros que pendulan en las calles
hartos del día apresurado
y parecen vivir entonces en la colina plana
porque siempre se asciende
aunque casi nunca parezca duro caminar,
es naufragio y navegación el éxodo de la miel
que nos deja ese dulce tan póstumo.
nos arrastramos entonces, desnudos por el suelo
y nadie socorre en la vejez tan temprana
el nacimiento que nos muere demasiado pronto,
cuando ni la arruga de la piel
parece noticia
y las albercas todavía florecen en el otoño.
pero hay vacíos tan profundos,
sumisión tan poco noticiosa,
que los muros altos de uno mismo
solo permiten vigilar los muros desolados de los otros.
5
si todavía un anciano quisiera mojar sus pies
en las lejanas playas,
sobre las columnas de este muro,
qué desaparición
acogería su musculatura
cuando los dedos de sus pies
tacharan el primer cerco de frío,
qué proximidad con la frente blanca de la muerte
traerían los costados de la sal
y el olor a musgo herido por el sol
después de fallecer en la última tormenta.
heme aquí, anciano, joven en este mundo viejo,
abro el camino colmado de tulipanes
y me detengo a contemplar la zarza.
(de los pasos inconclusos, inédito)
¿tengo nombre?
he pisado senderos de hierbas y halitosis
y la boca en aquel olor
era una traición momentánea,
la piel del asco en la mochila de mi boca,
y el fracaso del amor
antes de que el amor llegara.
no tenía nombre hasta ayer, que he comenzado.
soy el cuello del embudo
y paso el vino de botella a botella.
estoy ebrio.
he visto aquí cómo los ratones comen alpiste.
liberé a los pájaros de sus jaulas
pero han vuelto a primera hora,
cuando he despertado con la cabeza
entre las piernas de mi madre.
he nacido
y esta vez no hubo lágrimas
durante las primeras horas,
pero ahora recuerdo y lloro
en la piedra donde el sol doraba mi cuerpo
que tocaba otro cuerpo
cuando el invierno era el deseo al aire libre
y no este cúmulo de humo.
el cerebro siempre es la peor de las compañías,
lleva las cadenas,
conoce la combinación de todos los candados
y aunque esté en tu cabeza
no lo dominas: la flor que le regalas
huele a una descomposición
que él había advertido en el primer encuentro.
insiste el vino en mi cuerpo de plástico
y pronto iré donde van las cosas viejas
que no merecen el fregadero.
(de ceremonias, inédito)
*(Tenerife-España, 1992). Filólogo hispánico por la Universidad de La Laguna. Es director de la revista fogal (www.revistafogal.com). En 2015 publicó el poemario huida al centro del agua. Algunos de sus textos se pueden leer en el blog www.yeraybarroso.blogspot.com