JORIE GRAHAM. ROMPIENTE.
TRADUCCIÓN Y PRÓLOGO DE RUBÉN MARTÍN. BARTLEBY EDITORES, 2014.
Por: Carlos Alcorta
Crédito de la foto: (der.) http://www.mundiario.com/articulo/
sociedad/jorie-graham-rompiente-y-poesia-universo-escritura-fractal/
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La poeta norteamericana Jorie Graham nació en Italia, país en el cual transcurrió su infancia, en 1950. Tras su paso por Francia —estudiaba filosofía en la Sorbona, pero fue expulsada tras los incidentes ocurridos en mayo del 68— recaló finalmente en Estados Unidos. Actualmente ejerce como Boylston Profesor de Oratoria y Retórica en la prestigiosa Universidad de Harvard, puesto en el que sucedió al premio Nobel Seamus Heaney. Su primer libro fue Hybrids ofPlants and Ghosts (1980), título que proviene de la definición del hombre que da Nietzsche a través de Zaratustra en su libro Así habló Zaratustra: «Y el más sabio de vosotros es tan solo un ser escindido de planta y fantasma». Publicó, posteriormente, Erosion (1983), libro que delata la influencia de la poesía metafísica inglesa. Vinieron luego The End ofBeauty (I987) y Region ofUnlikeness (1991), obras en las que, en palabras de Julián Jiménez Heffernan,, «la prosodia comienza a liberarse, dejando paso a un verso incontinente y fragmentado». La antología titulada The Dream ofthe Unified Field. Selected Poems 1974-1994 que abarca veinte años de escritura e incluye una nutrida selección de sus primeros cinco libros, incluido Materialism (1993), obtuvo en 1996 el Premio Pulitzer de Poesía. Hasta llegar al libro que comentamos, Sea Change (Rompiente) en 2008, Graham ha publicado regularmente cada dos o tres años un nuevo libro: Errancy (1997), Swarm (2000) y Never (2002) o Overlord (2005).
Rompiente, vertido al castellano magistralmente por Rubén Martín —que escribe también un esclarecedor prólogo— en un trabajo que se presumimos titánico, nos plantea la duda de si la civilización actual puede sobrevivir durante mucho más tiempo soportando este grado de envilecimiento moral, económico y ecológico al que estamos sometiendo al mundo que nos acoge. La degradación se hace insostenible: «Un día: viento más fuerte de lo que nadie esperaba. Más que ningún otro/ desde que se registran/ tales cosas. Anti-/ natural dicen las noticias». Esa duda sobre la posibilidad de reparar los daños producidos se vuelve acuciante, hasta al punto de llegar a ver el futuro más como una amenaza que como una esperanza: «Todo inevitable y agitado como/ amaneceres de un futuro ignoto» escribe en el poema «Rompiente».
Como escribe Rubén Martín en el prólogo citado, «Los poemas de Rompiente son flujos de c0nciencia que rehúyen la tentación de la solemnidad mediante una atención asombrosa a la duda, la reformulación, el balbuceo, todo lo que es frágil e indeciso en el lenguaje», sin embargo, esta indecisión no conduce a la mudez, a la contención, sino todo lo contrario, en los poemas de Jorie Graham hay una sobreabundancia expresiva que, por momentos, remite a cierta irracionalidad —exenta, eso sí, del verbalismo descontrolado—, nacida, más que de la contemplación del entorno o del paisaje interior, de fantasías o ensoñaciones que simultanean su disposición en el verso con descripciones anecdóticas, incluso prosaicas. Esta alternancia está escrita con una convincente naturalidad, lo que incide directamente en la enorme fascinación que desencadena en el lector, porque, como escribió Hugo Friedrich, «la sugestión empieza en el momento en que la poesía dirigida por la inteligencia desencadena fuerzas anímicas mágicas y emite radiaciones a las que el lector no puede escapar, aunque no “comprenda” nada», como podemos comprobar, por ejemplo, en el poema «Profundidad», cuyo versos iniciales dicen así: «y marejada, siseo de planicie incomprensible: distancia: azul océano de largos dedos y su/ nada más: nada visible en la superficie sino/ el agua…». La búsqueda metafísica que Graham propone cuando describe detalladamente el paisaje o el deslumbramiento permanente ante el mundo que trasmiten sus versos enlaza esta poesía no sólo con Whitman y Dickinson, como señala el prologuista, sino con ese concepto de lo sublime que se desarrolló en los Estados Unidos a partir de Longino, pasando por Kant, Burke («lo sublime es una idea que pertenece a la autoconversación») y el romanticismo, y del que Emerson («No pido lo grandioso, lo remoto, lo romántico…abrazo lo vulgar…Enseñadme la sublime presencia de la más alta causa espiritual que acecha, como siempre, en la periferia y las extremidades de la naturaleza») y, posteriormente, el ya citado Whitman, son los más conspicuos herederos.
Como escribe Alberto Santamaría en su estudio El idilio americano, «la inspiración teórica de Whitman parte del trabajo de Ralph Waldo Emerson, quien destacó la necesidad de que el poeta americano (y el artista en general) establecieran el camino hacia una vinculación creativa con su territorio. Pero como soporte teórico, por detrás de Emerson, late la tradición europea», una tradición que Jorie Graham, después de vivir en Italia y Francia hasta sus dieciocho años, conoce de primera mano. Su poesía no es una sucesión de momentos aparentemente desconectados, ni una fragmentación arbitraria de la realidad, sino un atento y vertiginoso fluir de la conciencia que se implica en confrontaciones éticas y políticas —una buena muestra de ello es su poema «Guantánamo»— sin caer en la propaganda. La poesía y la vida están indisolublemente ligadas y la conjunción entre reflexión íntima («También el ver, que quiere sentir más de lo que ve») o anecdótica («y que te dé un poco el aire decía, juega al golf, te animará los domingos») y responsabilidad colectiva queda reflejada de manera asombrosa en estos versos de perturbadora belleza.