Mi frontera con el vacío.13 poemas de Rafael Cadenas

 

Por Rafael Cadenas*

Crédito de la foto www.laprensa.com.ni

 

 

Mi frontera con el vacío.

13 poemas de Rafael Cadenas

 

 

Rilke

 

Las cosas supieron, más que los hombres,

de su mirada

a la que se abrían

para otra existencia.

El las acogía transformándolas

en lo que eran, devolviéndolas a su exactitud,

bañándolas en su propio oro,

pues ¿qué sabe de su regia condición

lo que se entrega?

 

Piedras, flores, nubes

renacían

en otro silencio

para un distinto transcurrir.

 

Su reposado mirar

nunca se llegó a ellas con motivo.

Sólo sus ojos querían.

 

Ahora lo echan de menos,

las gentes pasan de prisa ¿hacia dónde?

 

Las cosas

quieren ser vividas.

 

 

 

Vengo de un reino extraño,

vengo de una isla iluminada,

vengo de los ojos de una mujer.

Desciendo por el día pesadamente.

Música perdida me acompaña.

 

Una pupila cargadora de frutas

se adentra en lo que ve.

 

Mi fortaleza,

mi última línea,

mi frontera con el vacío

ha caído hoy.

 

ub. la cruz del sur

 

XI

 

Lenguaje

emanado

……………….puntual

………………………………fehaciente,

no el engaño

de la palabra que sirve a alguien.

 

 

 

Si el poema no nace, pero es real tu vida,

eres su encarnación.

Habitas

en su sombra inconquistable.

Te acompaña

diamante incumplido.

 

 

 

Una urbe áspera sella mi boca.

 

Yo viajo a los espacios transparentes.

Conmigo está tu chal de lana, el viejo fonógrafo que cuidabas tanto,

tus zarcillos con que ibas al mercado, tu pulsera de oro, la vajilla humilde.

El perro que nos despertaba pasa su hocico por mi lecho.

No es magia, sencillamente nada he olvidado a no ser que existo sin ti.

 

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You

 

Tú apareces,

tú te desnudas,

tú entras en la luz,

tú despiertas los colores,

tú coronas las aguas,

tú comienzas a recorrer el tiempo como un licor,

tú rematas la más cegadora de las orillas,

tú predices si el mundo seguirá o va a caer,

tú conjuras la tierra para que acompase su ritmo a tu lentitud de lava,

tú reinas en el centro de esta conflagración

y del primero

al séptimo día

tu cuerpo es un arrogante

……………………………………………….palacio

donde vive

…………………………..el

……………………………temblor.

 

 

 

Coney Island

 

Rosa de claras risas

que golpea siempre

un mismo jirón de luz

y a un blanco río

de trópico que duerme

va girando,

girando

en la noche

amante.

 

El poeta Rafael Cadenas leyendo
El poeta Rafael Cadenas leyendo

 

Pero el tiempo me había empobrecido.

Mi único caudal eran los botines arrancados al miedo.

De tanto dormir con la muerte sentía mi eternidad. De noche deliraba en las rodillas de la belleza. Presa de tenaces anillos, a pesar de mi parsimonioso continente de animal invicto me guardaba de la transitoriedad ínsita a mis actos.

Magnificencia de la ignorancia. Brujos solemnes habían auscultado mi cuerpo sin poder arribar a un dictamen. Sólo yo conocía mi mal. Era -caso no infrecuente en los anales de los falsos desarrollos- la duda.

Yo nunca supe si fui escogido para trasladar revelaciones.

Nunca estuve seguro de mi cuerpo.

Nunca pude precisar si tenía una historia.

Yo ignoraba todo lo concerniente a mí y a mis ancestros.

Nunca creí que mis ojos, orejas, boca, nariz, piel, movimientos, gustos, dilecciones, aversiones me pertenecían enteramente.

Yo apenas sospechaba que había tierra, luz, agua, aire, que vivía y que estaba obligado a llevar mi cuerpo de un lado a otro, alimentándolo, limpiándolo, cuidándolo para que luciera presentable en el animado concierto de la honorabilidad ciudadana.

Mi mal era irrescatable.

Me sentía solo. Necesitaba a mi lado una mujer silenciosa, paciente y dúctil que me rodease con una voz.

Yo era un rey de infranqueable designio, de voluntad educada para la recepción del acatamiento, de pretensiones que hacían sonreír a los duendes.

Un rey niño.

Cuando advino, inopinadamente, una era de pobreza, perdí mi serenidad.

Mis pasiones absolutas -entre ellas el amor, que para mí era totalidad- fueron barridas.

En suma, yo era una pregunta condenada a no calzar el signo de interrogación. O un navío que se transformaba en fosforescente penacho de dragón. O una nube que se demudaba conforme al movimiento.

Habitaba un lugar indeciso.

Mi historia era un largo recuento de inauditas torpezas, de infértiles averiguaciones, de fabulosas fábricas.

Un dios cobarde usurpaba mis aras.

Él había degollado el amor frente a una reluciente laguna, en un bosque de caobos. Huía mugiendo sábanas ensangrentadas. Escapaba del recinto feliz. Las nubes eran símbolos zoológicos de mi destierro.

El amor me conducía con inocencia hacia la destrucción.

El odio, como a mis mayores, me fortalecía.

Pero yo era generoso y sabía reír.

Como no soportaba la claridad, dispuse entre anaranjados estertores de sol mi regreso hacia el final. Las aguas me condujeron como el sensitivo lleva la pesadilla. Volví insomne al lugar de la ficción.

 

Selected-Poems-Rafael-Cadenas

 

Mandelstam

 

Vivo

¿a quién debo este honor?

 

Mi alma vacila. Dante me acompaña

a través de la noche soviética.

 

Yo vago entre las ruinas

de la Hélade.

 

No puedo huir.

Esconde

los poemas, Nadezda. Apúrate.

 

¿Cómo pudiste, César,

destruir

nuestra vivacidad?

 

He abandonado toda esperanza

a la entrada del campo.

 

El único que habla ruso

no podía olvidar.

Un dios perdona,

un semidiós no.

 

Los gritos

se pierden en la vastedad de mi país.

 

 

 

Ars poética

 

Que cada palabra lleve lo que dice.

Que sea como el temblor que la sostiene.

Que se mantenga como un latido.

 

No he de proferir adornada falsedad ni poner tinta dudosa ni

añadir brillos a lo que es.

Esto me obliga a oírme. Pero estamos aquí para decir verdad.

Seamos reales.

Quiero exactitudes aterradoras.

Tiemblo cuando creo que me falsifico. Debo llevar en peso mis

palabras. Me poseen tanto como yo a ellas.

 

Si no veo bien, dime tú, tú, que me conoces, mi mentira, señálame

la impostura, restrégame la estafa. Te lo agradeceré, en serio.

Enloquezco por corresponderme.

Sé mi ojo, espérame en la noche y divísame, escrútame, sacúdeme.

 

El poeta Rafael Cadenas
El poeta Rafael Cadenas

 

Rutina

 

Me fustigo.

Me abro la carne.

Me exhibo sobre un escenario.

Allí no ofrezco el número decisivo.

Devorarme ¡mi gran milicia!, pero soy también un armador tenaz.

Sé reunirme pacientemente, usando rudos métodos de ensamblaje.

Conozco mil fórmulas de reparación. Reajustes, atornillamientos, tirones, las manejo todas.

A golpes junto las piezas.

Siempre regreso a mi tamaño natural.

Me deshago, me suprimo, displicente, me borro de un plumazo y vuelvo a montar,

montar al carafresca.

(No se trata de rearmar un monstruo, eso es fácil, sino de devolverle a alguien las proporciones.)

Planto mi casa en medio de la locuacidad.

Me reconstruyo con un plano inefable.

Calma. Ya está. Entro a la horma.

 

 

 

¿Quién deja de oponerse?

¿Quién se sale del juego?

¿Quién se vive en el vacío?

¿Quién hace del desabrigo refugio?

¿Quién se disuelve en el percibir?

¿Quién se expone sin arrimo al descampado?

¿Quién abandona el trajín por la hora solitaria?

¿Quién puede comer con tenedores de absoluta piedad?

¿Quién accede a trocar su día por un rostro que no ha de ver?

 

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Derrota

 

Yo que no he tenido nunca un oficio

que ante todo competidor me he sentido débil

que perdí los mejores títulos para la vida

que apenas llego a un sitio ya quiero irme (creyendo que mudarme es una solución)

que he sido negado anticipadamente y escarnecido por los más aptos

que me arrimo a las paredes para no caer del todo

que soy objeto de risa para mí mismo

que creí que mi padre era eterno

que he sido humillado por profesores de literatura

que un día pregunté en qué podía ayudar y la respuesta fue una risotada

que no podré nunca formar un hogar, ni ser brillante, ni triunfar en la vida

que he sido abandonado por muchas personas porque casi no hablo

que tengo vergüenza por actos que no he cometido

que poco me ha faltado para echar a correr por la calle

que he perdido un centro que nunca tuve

que me he vuelto el hazmerreír de mucha gente por vivir en el limbo

que no encontraré nunca quién me soporte

que fui preterido en aras de personas más miserables que yo

que seguiré toda la vida así y que el año entrante seré muchas veces más burlado en mi ridícula ambición

que estoy cansado de recibir consejos de otros más aletargados que yo

(“Ud. es muy quedado, avíspese despierte”)

que nunca podré viajar a la India

que he recibido favores sin dar nada a cambio

que ando por la ciudad de un lado a otro como una pluma

que me dejo llevar por los otros

que no tengo personalidad ni quiero tenerla

que todo el día tapo mi rebelión

que no me he ido a las guerrillas

que no he hecho nada por mi pueblo

que no soy de las FALN y me desespero por todas esas cosas y por otras

cuya enumeración sería interminable

que no puedo salir de mi prisión

que he sido dado de baja en todas partes por inútil

que en realidad no he podido casarme ni ir a París ni tener un día sereno

que me niego a reconocer los hechos

que siempre babeo sobre mi historia

que soy imbécil y más que imbécil de nacimiento

que perdí el hilo del discurso que se ejecutaba en mí y no he podido encontrarlo

que no lloro cuando siento deseos de hacerlo

que llego tarde a todo

que he sido arruinado por tantas marchas y contramarchas

que ansío la inmovilidad perfecta y la prisa impecable

que no soy lo que soy ni lo que no soy

que a pesar de todo tengo un orgullo satánico aunque a ciertas horas

haya sido humilde hasta igualarme a las piedras

que he vivido quince años en el mismo círculo

que me creí predestinado para algo fuera de lo común y nada he logrado

que nunca usaré corbata

que no encuentro mi cuerpo

que he percibido por relámpagos mi falsedad y no he podido derribarme,

barrer todo y crear de mi indolencia, mi flotación,

mi extravío una frescura nueva, y obstinadamente

me suicido al alcance de la mano

me levantaré del suelo más ridículo todavía para seguir burlándome de los otros

y de mí hasta el día del juicio final.

 

 

 

 

 

*(Barquisimeto-Venezuela, 1930). Poeta y ensayista. Fue parte del grupo «Tabla Redonda». Se desempeñó como profesor de la Escuela de Letras de la Universidad Central de Venezuela. Obtuvo la Beca Guggenheim (1986), el Premio Nacional de Literatura de Venezuela (1985) mención poesía, el Premio San Juan de la Cruz (1992), el Premio Internacional de Poesía Federico García Lorca (2015), el Premio Reina Sofia de Poesia Iberoamericana (2018), entre otros. Ha publicado en poesía Cantos iniciales (1946), Una isla (1958), Los cuadernos del destierro (1960, 2001), Falsas maniobras (1966), Intemperie (1977), Amante (1983), Gestiones (1992), Sobre abierto (2012), entre otros; y en ensayo Literatura y vida (1972), Realidad y literatura (1979), En torno al lenguaje (1984), entre otros.

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