Por Augusto Munaro
Crédito de la foto (izq.) Ed. Barnacle /
(der.) Lucía Moledo
“La poesía revela la presencia del misterio”.
Entrevista a Raquel Jaduszliwer
Ángel de la enunciación (2020), de la poeta argentina Raquel Jaduszliwer* es poesía que se ancla en la metafísica de lo real, cala alto y vuela hondo. El efecto no es monumental o memorialista, sino ligero o irónico y, casi siempre, epifánico. Un aire expansivo de quimeras atraviesa íntegramente el poemario. De notable resolución estética, es un libro de poesía intenso, atípico. Un lugar que cada lector, a su turno, debe redescubrir.
Entrevista
Augusto Munaro [AM]: ¿Cómo nació Ángel de la enunciación?, ¿en qué sentido difiere esta publicación de tus poemarios precedentes?
Raquel Jaduszliwer [RJ]: Vino al mundo acompañado de una serie de preguntas que no me había hecho con poemarios anteriores: ¿quiero decir esto que quiero decir? ¿lo asumo? ¿y aquello que será dicho más allá de lo que quiera decir? ¿lo asumo? ¿me hago cargo?
Algunas aclaraciones: la segunda parte del texto, Descendimiento, de marcado tono elegíaco, fue escrita primero, y se produjo no sólo como resultado del trabajo de duelo ante una muerte imbricada a mi vida, sino también como el producto de una forma nueva de incorporar a la vida la noción de la muerte, sin mucho margen ya para renegar de ella, cosa que sí ocurrió con pérdidas importantes en el pasado, cuando la propia mortalidad era apenas una idea desdibujada. Lo elegíaco de Descendimiento se extiende sobre diferentes tópicos, desde la infancia como representante de lo perdido, hasta las distintas especies del naufragio en sus vertientes más o menos individuales, más o menos colectivas. Y hablar en términos de naufragio me remite a decir que la imagen del río en sus diversas modulaciones recorre este descendimiento como un fluir en incesante declive, acompasado a ese inevitable hundimiento que es el destino final de la existencia.
Por otro lado, los poemas que integran la primera parte del poemario y que lleva por título el del libro fueron escritos después, y podrían considerarse como un antecedente y también —en una lógica del a posteriori y de la resignificación— como una consecuencia de la segunda parte. Hay una cierta circularidad entre ambas, circularidad anunciada en los versos finales del primer poema que abre el libro: y así acaba esta historia, se aviene a ser contada/entre los numerosos pliegues/de una noche tardía. Es que de alguna manera la confrontación con la muerte tiene algo de vivificante: aparece la necesidad de convocar a un otro (un tú como representante de Lo Otro, de un afuera, de una exterioridad radical) con quien entablar un diálogo y dejar un testimonio del paso por la existencia signado por la perentoriedad del presente que se esfuma. El lugar de la enunciación así habilitado y la voz que lo habita se ofrecen como soporte para esta posibilidad.
[AM]: El Antiguo Testamento se hace presente. En el tono de los versos, en los temas, y claro, hasta en ciertos personajes como Abraham, Rut… Hay un pulso espiritual muy latente. ¿Sos, te considerás una persona religiosa?
[RJ]: No soy religiosa. Una vez dicho esto, paso a desglosar algunas cuestiones. Antes de entrar en el tema de la creencia y de la fe, aclaro que no soy religiosa y que no podría serlo, ante todo porque la práctica de cualquier religión va acompañada de aspectos que no podría sostener: no podría participar de liturgia alguna, todo ritual me resulta ajeno, incluso en otros órdenes de la vida, más mundanos. Tampoco en lo que hace a la grey y al re-ligare podría encontrarme a mí misma, mis modos de vincularme son más bien asintóticos.
Aclarado esto, paso a otras instancias de la cuestión, referidas al modo en que se fue procesando mi estar en el mundo, lo fundante. Vengo de una familia de figuras fuertes y en pugna; mi abuelo materno había sido rabino en una pequeña sinagoga en el medio de Europa, integrando una progresista y malograda fracción dentro de la comunidad. Estaba a la cabeza de una imprenta de textos mayormente teológicos y era maestro de religión entre los suyos. Por otra parte, mi padre, decididamente ateo y comunista, habiéndose venido solo de Europa a los veinte años tuvo también de alguna manera su fe y sus textos sagrados. En sus primeros años de residencia en Argentina la policía lo fue a buscar a su casa diecisiete veces, levantando las baldosas del piso cada vez en busca de “propaganda marxista”, con el fantasma de la deportación rondando de cuando en cuando. Y ya iniciada mi propia historia, de la niñez recuerdo que en las festividades judías la familia se reunía y los chicos éramos testigos, sin entender casi nada, de discusiones apasionadas con el telón de fondo de la historia del mundo, sus esperanzas y sus catástrofes. Pero más allá de las noticias que iban y venían con su trasfondo trágico, se respiraba la fe. En Jehová o en la Revolución, o en ambos a la vez, o en alternancia. Pero siempre la fe como chispa de la vida. Vigor, rigor y fervor. Mi padre quedó varado en el fracaso del socialismo real y en la pérdida de toda su familia (padres, abuelos, hermanos, tíos y primos) masacrada a manos de los nazis.
Creo que, de un modo u otro, para todos nosotros, aún para los más pequeños, quedó como herencia de esos años la necesidad, la exigente necesidad de un dios que debería existir para rendir cuentas del derrumbe acontecido. Esa es más o menos la forma en que se me ocurre responder la pregunta, espero que algo pueda entenderse. Falta desoladora de creencia, acompañada de una desesperada necesidad de creer porque hay cuentas que deben ser saldadas en relación al dolor y al costado inverosímil de la existencia y el Mesías debería estar acá para responder por ello. De una manera u otra, siguen siendo formas de persistir en el reclamo por el ser y no más bien la nada, permanente tensión entre la necesidad de creer en una instancia dadora de sentido y la imposibilidad de sostener la creencia…
Respecto a lo que destila el libro de todo aquello, habría que puntualizar que sólo en dos poemas (los dos últimos de la primera parte) hay una referencia precisa a personajes bíblicos, del Viejo Testamento en un caso, y del Nuevo en el otro. a es que operen como un símil-bibliografía o incluso como símil-marco referencial respecto a todo el texto, pero el espesor que se instala al hacerlo es fundamentalmente histórico, humano y no divino. Y si bien en el poemario se trabaja con recursos retórico-estilísticos propios de los textos bíblicos (imprecación, ruego, súplica, réplica, blasfemia) es porque la escritura así lo pedía a medida que se iba conformando. Es claro que lo que pide el texto algo o mucho tiene que ver con su autor.
En este caso, quizás con experiencias nucleares de mi constitución subjetiva: una es la aproximación al estudio del Viejo Testamento que tuve en los últimos años de la niñez, quedando fuertemente impresionada por su lectura. Otra tiene que ver —para esa misma época— con la mudanza de San Fernando a la capital, tránsito del contacto directo con la tierra y sus terrones a una casa de altos. Me recuerdo pasando horas en la terraza, sola, al mismo nivel de las ramas y sus pájaros, como en un nido colgado ahí. Esas tardes me ubicaron ante una perspectiva novísima, propicia, digámoslo así ya que estamos en tema, a lo que podría abordarse como experiencia de Lo Abierto.
El estado así creado me orientaba a vivencias más bien místicas, que terminaban de plasmar dentro de un gallinero en desuso desde donde hablaba en línea directa con Dios, allí donde habría cantado alguna vez un gallo por las madrugadas. El tejido metálico y lo que sucedía en su interior (en mi interior) me trae ahora como asociación un título: Reja del lenguaje de Paul Celan. Son esos momentos fecundos que marcan un antes y un después. Algo pasó allí. Eso que se me armó en aquellas vivencias creo que es lo que mejor puede responder a la pregunta por mi religiosidad. Su potencia perdura hasta hoy. No hay más ni menos que eso.
[AM]: Hay, asimismo, sed de absoluto en este libro. “busca el fondo del pozo/ en su espejo de agua y en el mayor silencio”… ¿La poesía sobrevuela todas las cosas?, ¿todo está bendecido por el verbo?, ¿sólo es cuestión de atender los detalles circundantes de nuestra realidad?
[RJ]: La poesía es posibilidad, es una forma de abrirse al mundo, es un estado, pero no hay bendición previa, nada flota por sí mismo, nada viene bendecido. Menos que menos por algo cuya argamasa es el lenguaje, que también lleva en su bendito seno su semilla de maldición. La poesía implica un estado existencial puesto en acción, con sus especificidades y condiciones. Es cierto que se lo propicia desde una especial atención puesta en todo lo que escapa a lo ya cristalizado en el sentido común, pero si no se pone en marcha como estado en acción, aquello que podría ser escuchado y visionado seguirá mudo, y nosotros ciegos. Se trata de una puesta en acto, no un mero dejarse llevar por la contemplación; se recurre a palabras que al decir crean “otra” realidad que antes no había. ¿Absoluto? más bien hablaría de lo inabarcable, lo inconcebible, lo que no se alcanza, lo imposible en todas sus especies y lo posible de tender hacia ese imposible en un recorrido infinito.
[AM]: ¿Cuál creés sea el nexo entre el concepto de absoluto y la palabra escrita, la operación poética?
[RJ]: Tomado en todo caso en los términos planteados más arriba, el “absoluto” al que tiende la voz del poema no reside en lo que yace escrito sino en lo que emerge de sus junturas. Lo dicho allí no representa, presenta algo que no estaba antes ni estará después. Tiene la calidad del instante, de un instante absoluto en su fugacidad y que recupera algo de la primera mirada sobre el mundo, de cuando el mundo aún no era, de cuando estaba en sus primerísimos cimientos. Absoluto en su fugacidad y en su multiplicidad, porque a ese instante “absoluto” le sucederá algún otro, porque nada queda unificado, acabado, nunca. La palabra es allí apenas un índice extendido que roza un recorte de lo real por primera vez, indica, pone un nombre. Es un instante. De manera inmediata el verbo se encadena, una palabra lleva a la otra, lo real escapa, el lenguaje separa, se abre paso, pero corta el paso, obstruye, algo se ha perdido en el camino. Pero la experiencia de esa paradoja ha quedado capturada en el poema; eso constituye a mi parecer lo que es inherente a la poesía, la captura de esa paradoja evanescente, el recupero de ese momento primigenio que se recrea cada vez que las letras vuelven a estar vivas, cada vez que hay una voz poética, cada vez que un lector la escucha escuchando desde su propia voz, en resonancia.
[AM]: Según tu criterio Raquel, ¿cuál es la materia destinada al poema?
[RJ]: La materia destinada al poema atañe a todo aquello que produce la necesidad de ser escrito, aquello que por una razón u otra ha interrumpido una cierta homeostasis; falta o exceso de algo, todo un gradiente de estados que producen una ruptura que se intentará suturar mediante el acto de escritura.
[AM]: Revelación y enigma, ¿de qué lado se sitúa la poesía?
[RJ]: En el entre-dos. En el poema se produce la presentificación del enigma. Es la presencia de lo enigmático lo que se revela en el poema.
[AM]: ¿Qué te permite el ritmo a la hora de componer un poema?
[RJ]: Mucho es lo que posibilita. Por algo se habla de la respiración de un poema. Es su condición vital, como el aire. Por otra parte, pienso que la música funciona como causa y motor en el proceso de escritura. La considero no su atributo, sino su misma substancia. A veces pienso que quienes más influyeron en mi poesía fueron músicos, y casi siempre cuando me inicio en un poema nuevo lo hago con música acompañándome. No así en las sucesivas reescrituras, pero sí en ese primer impulso del inicio, ese que se hace a mano alzada.
[AM]: ¿Se puede pensar un poema desde la apatía?
[RJ]: Es concebible como posibilidad si se contemplan las diferentes formas con que un autor puede conectarse con sus propios estados y trabajarlos en función del ejercicio de la escritura. Una forma puede ser la del distanciamiento radical en relación a la propia experiencia, que lleva a considerar incluso los afectos como parte de la pura exterioridad desde un autor que queda desvanecido en el texto, en fading. Pero habría que hacer la salvedad de que aún en el caso de neutralizar técnicamente el pathos, el pathos subsiste, aún neutralizado. No es una máquina la que escribe. Es un ser vivo y lo hace desde su existencia. Y su condición existencial implica el pathos por definición.
Creo que es parte de lo misterioso del acto poético la variada manera de su materialización. Quien sabe los motivos que causan la escritura no sean tantos y tengan que ver con nuestras piedras basales, unas pocas, pero aquello que hacemos con eso puede ser múltiple, se abren singularísimas posibilidades, marca de estilo de cada quien…. por eso, vemos que en algunos autores lo que fulgura es el lenguaje, el gozoso nomadismo que se desplaza de un significante a otro a la distancia, en la línea de su horizonte, siempre allá. Y en otros la palabra es una flecha que no se sabe cómo ni porqué atraviesa el espesor de todas las capas del sentido inasible y se dispara recta a un blanco, como de corazón a corazón, de alma a alma, en estado de inmediatez y en simultaneo, a pesar de la dimensión diacrónica del lenguaje. Tesoros que nos da la vida, justamente todo ese abanico sorprendente.
[AM]: Ángel de la enunciación, es un poemario, en gran parte, que se escribe desde el hueco de la ausencia. ¿Cuál es el lenguaje de lo faltante?
[RJ]: En todos mis libros la ausencia es una presencia fuerte, por decirlo de alguna manera. Podría como aproximación (y no mucho más que eso) volver a lo que decía hace un rato: si la poesía revela la presencia del misterio, sólo puede hacerlo sobre un fondo de ausencia. Sólo haciendo operar esa alternancia de presencia/ausencia es posible que se produzca algo del efecto epifánico que se encuentra en la escritura poética. Por otra parte —y en términos muy generales— se podría decir que el lenguaje cuando no se limita a lo comunicacional o lo informativo y se despliega en su dimensión metafórica por sí solo genera la ausencia de su referente; el lenguaje en su dimensión poética es por naturaleza generador de ausencia. La poesía se vale de eso para su trabajo con la palabra y también con lo que excede a la palabra.
[Am]: ¿Qué significa aquí la luz, lo luminoso, aquello que brilla en esplendor? Más allá de lo obvio, ¿qué nos intenta revelar?
[RJ]: Para responder voy a recurrir a uno de los poemas del libro:
Los días que anteceden a los últimos días resplandecen
proyectan luz oscura sobre lo que vendrá
Caravaggio, que no conocía la hora ni la fecha
ni circunstancia alguna de su futura muerte
lo registraba todo en la tiniebla
lugar de donde emergen las apariciones
deslumbra para siempre la convulsión del claroscuro
el destello del drama en su guarida refulgente.
En términos generales, la luz que aparece en los poemas convoca a la oscuridad, es su recordatorio. Aquí los primeros versos de otro poema:
Todo lo que era luz pasó del otro lado
saltó del universo donde reside el brillo
al asteroide oscuro aquí en su centro
O se trata de una luz cegadora, o de una luz filtrada, piadosamente amortiguada por la beatitud del párpado. No es la luz de la claridad, rara vez está dedicada exclusivamente a iluminar; en todo caso más bien fulgor incandescente que deslumbra o quema.
[AM]: ¿A qué poeta regresás siempre?
[RJ]: Regreso a dos desesperados: Vallejo y Trakl.
[AM]: ¿Por qué?
[RJ]: Justamente por eso. Porque son dos desesperados. Escriben desesperados. Los leo desde allí. Me entienden. Los entiendo. Soy consciente de que preguntaste por uno y respondí por dos. A veces busco a Vallejo, lo hago por el vigor con que sostiene el estandarte de su desesperación. Da fuerzas. Otras a Trakl, por su desesperanza hermana. Acompaña de cerca.