Presentamos en exclusiva para Vallejo & Co., el texto introductorio de El terreno en disputa es el lenguaje. Ensayos sobre poesía latinoamericana, libro de ensayos de José Ignacio Padilla, que fue publicado el pasado 2014 por Ed. Iberoamericana/Vervuert.
Sin duda, se trata de un libro fundamental para comprender los principales aspectos de la poesía de distintos autores de la actualidad, tales como los chilenos Martín Gubbins y Andrés Anwandter o el peruano Mario Montalbetti; así como la obra plástica del peruano Jorge Eduardo Eielson y las características de la poesía concreta de los brasileños Augusto y Haroldo de Campos y Décio Pignatari. Asimismo, José Ignacio Padilla retrocede en el tiempo y dedica un detallado análisis a las estrategias de la poética de Vicente Huidobro y Alberto Hidalgo, en las primeras décadas del siglo XX.
Pre: Lenguaje, capitalismo
La vida es una cárcel y las prisiones físicas no son más que pequeñas
ilustraciones —ciertamente incómodas— de un problema que es congénito.
Luis Camnitzer
La pregunta por la poesía actual o por la actualidad de la poesía suele ser respondida desde la representación: la poesía tematizaría alguna urgencia. Aquí seguiremos otro camino. Suponiendo un estado actual del lenguaje ‘en general’, el cual vivimos como una pérdida o carencia, nos preguntamos, ¿cómo se resiste la poesía a ese estado? La cuestión da para escribir algunos libros, pero simplificando vertiginosamente, diría que vivimos un vaciamiento del lenguaje que se experimenta a partir de una confluencia entre simbolización y capitalismo. ¿Suena familiar?
Unos pocos principios aseguran una metafísica identitaria bastante tradicional: el tiempo único y cuantificable; el principio de equivalencia a nivel lingüístico (significante/significado); y el principio hermenéutico de legibilidad. Paradójicamente, la experiencia temporal ha sido vaciada de sentido, el sujeto desustancializado, y el mundo fantasmagorizado, ya que nuestro uso del lenguaje limita excesivamente su mutabilidad, dándole una sólida consistencia de realidad, única, idéntica y… fantasmática. Ello permite, por ejemplo, constituir ‘identidades sociales’ obviando el hecho de que lo social es justamente un espacio retórico a partir del cual estas identidades se generan (Laclau, citado en Rowe s.f.:3).
Ahora bien, la novedad de nuestra época resulta de una profunda transformación de la naturaleza misma del trabajo, que se equipara a comunicación; vivimos o sufrimos una identidad entre producción material y comunicación lingüística (Virno s.f.a). Al capital cultural de Bourdieu habría que añadir, a modo de especificación, el capital semiótico. Este produce equivalencia, identidad, realidad y legibilidad, sobre una matriz de tiempo frío, extenso.
El intelecto humano se convierte en el principal recurso productivo. El ‘general intellect’ incluye conocimiento formal e informal, imaginación, tendencias éticas, mentalidades y juegos de lenguaje. La producción de signos ya no corre paralela al proceso de trabajo material (como en la fábrica fordista) sino que es la materia prima del proceso productivo; ha pasado a ser un proceso socialmente organizado y económicamente cuantificable.[1]
El trabajo ahora presupone un catálogo indefinido de posibilidades operativas que son articuladas por el conjunto de prestaciones lingüísticas del trabajador. Lo grave es que este conocimiento abstracto ya no es un capital fijo sino que es inseparable de la interacción de la pluralidad de seres vivos, y como consecuencia, lo que se aprende y experimenta en el tiempo fuera del trabajo se vuelve parte del valor de uso de la fuerza de trabajo, se vuelve un recurso (Virno s.f.b). De modo que los múltiples juegos lingüísticos están siempre a punto de convertirse en nuevas tareas, o requisitos para las viejas.
Debido a esta transformación se pierden las equivalencias claras que regulaban las relaciones sociales; ahora la totalidad de la persona es sometida. La medida tradicional del tiempo de trabajo asalariado pierde su función. El celebrado modelo del trabajador libre de Google es el ejemplo más claro de esta dominación que toma la forma de liberación. Cuando el trabajo asalariado podría ser suprimido, entonces el mismo hecho de tomar la palabra es incluido en su horizonte. Virno es muy claro: no se puede poner en cuestión el trabajo asalariado sin introducir una idea potente de libertad de lenguaje; por otro lado, no es posible invocar seriamente la libertad de lenguaje sin proyectar la supresión del trabajo asalariado. Su afirmación es exacta: el lenguaje se presenta como el terreno del conflicto y como lo que está en juego. El terreno en disputa es el lenguaje.
Esa podría ser una de las primeras consideraciones ante el reto de articular una ‘nueva sensibilidad’, como quería Vallejo. En el ámbito de la poesía, la disponibilidad de todo el repertorio de formas y experiencias poéticas hace estallar la posibilidad crítica y deja intacta la lógica productivo-cuantitativa aplicada al arte (Milán 2011:24). La insistencia en formas poéticas de experiencia tomadas del repertorio desemboca precisamente en los procesos de interpelación/subjetivación que necesitamos cuestionar. Cuando un poeta alza su voz no se exime de ser un operador semiótico del capital; la voluntad poética no basta para sustraer el lenguaje al semiocapital. Hace falta una crítica de lo que Montalbetti llama, irónicamente, ‘economía política estética’ (2008:54).[2] Es por eso que proponemos otro ángulo, desde el que el modo de resistencia de los poetas, de algunos poetas, se manifiesta como una resistencia a la simbolización —desidentificación: lo ilegible como motor de la experiencia.
El origen de esta sección está en el encuentro con tres poemarios en 2009 y 2010: 8 cuartetas en contra del caballo de paso peruano [8CCCPP] de Mario Montalbetti que compré en la librería El Virrey, en Lima; Banda sonora, que escuché a Andrés Anwandter en una lectura en Madrid; y Fuentes del Derecho, de Martín Gubbins, que me obsequió William Rowe y luego el mismo Gubbins, tras una performance en Lima. Estos tres poetas tienen obras diversas, que no exploraré exhaustivamente, sino desde lo que en otros lugares he llamado resistencia a la significación o resistencia a la simbolización (Padilla 2008; 2009).
Mi punto de partida es muy sencillo: si el uso del lenguaje es absorbido por la dinámica del capital, concentrémonos en las desviaciones de ese uso. Con la salvedad de que a la vuelta del camino, las desviaciones no resultan ser tales —el lenguaje resulta ser muchas cosas y arrastrar otras tantas, más allá de comunicar, decir, operar, producir.
La exploración de estos libros no será orgánica, trataré de señalar, solamente, algunos procedimientos por los que se intenta sustraer el lenguaje a diferentes tipos de interpelación: identidad, subjetividad, expresión, comunicación.
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En «Labilidad de objeto, labilidad de fin y pulsión de langue. En defensa del poema como aberración significante»,[3] un texto leído en la presentación de [8CCCPP] y luego publicado en la revista Hueso húmero, Mario Montalbetti, lingüista además de poeta, propone una conceptualización de la resistencia a la significación a partir de elementos tomados de Freud, Saussure y Lacan. Resumámoslo.
Montalbetti parte de la pulsión de langue: el significante tiende al significado y el significado tiende al significante. Si bien Saussure admite cierta labilidad en el objeto de la pulsión (arbitrariedad del lazo) sería Lacan quien se centraría en las ‘desviaciones’ (la metáfora y la metonimia; significante que tiende a otro significante, y significante que reprime a otro significante).
Nos interesa el sentido,[4] que aparece como una dirección, aquello que hace que la cadena de significantes sea una cadena y no una dispersión de marcas. El «sentido es posible solamente si no se forma signo» y «el sujeto no es otra cosa que aquello que quiere formar signo» (2009:100). Desde este punto de vista la extendida noción del lenguaje como herramienta de comunicación deja fuera de juego la complejidad del sentido: «El signo destruye el sentido para fosilizar la significación; es decir, domestica una cadena de significantes atribuyéndoles la seguridad de un significado» (101).
Imagino que el lector ya sabe cómo continúa el argumento: Montalbetti define el poema como resistencia a hacer signo.
Algunas acotaciones: este camino corta transversalmente las viejas oposiciones entre poesía social y poesía pura y desplaza la preocupación por definir una literariedad o poeticidad hacia el uso del lenguaje; visto así, el ‘poema’ se sustrae a ese orden social que conocemos como el ‘discurso poético’ e inversamente, los usos erróneos del lenguaje, que el discurso poético deja fuera del poema, son readmitidos. La idea en la base de este razonamiento/poética es que hacemos muchas cosas con el lenguaje, además de comunicarnos. Me viene a la cabeza, por ejemplo, el hecho de que Wittgenstein se sorprendía mucho de lo singular que resulta usar el nombre de una persona para llamarla (Wittgenstein 2003:§27).
Montalbetti no está haciendo un llamado al hermetismo; aclara que nuestro aporte cognitivo es distinguir entre significante y significado, que al encarar un poema aceptamos que este viene sin esa distinción y que somos nosotros quienes se la imponemos. El poema se materializa «no en el significado arbitrario que le demos sino en el que se lo demos» (102).
Lo que distinguiría al poema de otros discursos es que sus partes sumarían más que el todo: las relaciones al interior del verso serían más impredecibles que las relaciones entre versos, guiadas por la construcción y dirigidas hacia la consecución de un significado. El poema explota la energía que el signo domestica.
De este hecho se extraen consecuencias éticas y políticas que son las que hacen de Montalbetti un poeta actual: si la búsqueda de la unidad (lingüística, política, étnica, poética) siempre está al servicio de quien la impone, si la cultura nos hace construir totalidades homogéneas, imaginarios, entonces pensar o construir en verso desestabilizaría la lengua, al lector, a la ética. Montalbetti concluye que si bien tenemos derecho a aspirar a un todo que nos haga uno, «escribir en contra de esa debilidad imaginaria constituye la ética del verso actual» (106).
Quiero retener esta idea y expresarla en mi vocabulario: si el capitalismo produce imaginarios, si nos interpela con un repertorio de formas y experiencias para nuestro consumo y subjetivación, nuestro modo de resistencia no puede ser el de contribuir con nuevos imaginarios que a su vez serán incorporados al repertorio. La resistencia a la significación nos permite observar que la economía a-significante del lenguaje se redujo a «máquinas de signos, a la economía lenguajera, significacional de la lengua» (Guattari 1996:15). Nos permite, además, reapropiarnos de nuestro potencial semiótico y del lenguaje, que nos es expropiado cada día bajo la apariencia de comunicación.
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Los poetas que presentaré a continuación han encontrado procedimientos para desestabilizar la unidad (territorial, nacional, lingüística) en su poesía. Montalbetti, ya lo dijo, se instala en la divergencia entre verso y poema; Andrés Anwandter explota la divergencia entre una sucesión de imágenes y un ritmo invariable; Martín Gubbins usa la divergencia entre lenguaje e imagen y la falsa equivalencia entre significantes. Los tres han renunciado a la ‘originalidad’ lírica; Anwandter y Gubbins de manera muy explícita, recopilando, compilando y citando palabras ajenas. Los tres, además, construyen sus poemas a partir del ritmo; Gubbins y Montalbetti utilizan la repetición (con o sin variaciones). Los tres, finalmente, se han acercado a la poesía sonora.
[1] La interpenetración entre semiosis y economía implica: la semiosis como trabajo que sustituye trabajo —máquinas inteligentes, liberación del trabajo mecánico gracias al trabajo de producción de significado—; la producción de expectativas de mundo —imaginarios, publicidad, opinión—; y el modelado de la comunicación-enunciación-interpretación a partir de la economía (Berardi 2007:136–137).
En última instancia, «en la actualidad, el capital es una relación de producción que da forma a nuevos procesos de elaboración formal. El capital es hoy forma que organiza forma, códice semiótico que ejerce su acción performativa sobre la propia actividad semiótica» (Berardi 2003:125).
[2] Resuena la crítica de la economía política del signo, de Baudrillard.
[3] Sugiero también la lectura del ensayo «Un no, voz, res…, probando» (Hueso húmero 54:70-78), texto de presentación de la muestra de poesía sonora «Inventar la voz: nueva tradiciones orales», organizada por Luis Alvarado. Allí Montalbetti traza una topografía de cuatro voces: una voz pre-logos (onomatopeya, ruido, estornudo); una voz con-logos (información, comunicación); un fósil del No original al interior de esta voz-con-logos (la voz interior); y una voz post-logos que se despega del logos para sobrepasarlo (y que tiene que ver con el canto).
[4] Montalbetti precisa que usa una interpretación particular del sens lacaniano: la intersección de los órdenes Simbólico e Imaginario en su nudo borromeo (100). Yo tenía en mente la noción de Hjelmslev, para quien en virtud de las formas de la expresión y el contenido existen las sustancias de la expresión y el contenido, «que se manifiestan por la proyección de la forma sobre el sentido, de igual modo que una red abierta proyecta su sombra sobre una superficie sin dividir» (Hjelmslev 1971:85). La potencia de Hjelmslev radica en que identifica forma de expresión y forma de contenido, una con otra, lo que tiende un puente entre discursividad fonemática y sintagmática y el recorte de las unidades semánticas del contenido. Guattari propone ir más lejos e integrar en las conformaciones enunciativas un número indefinido de sustancias de la expresión, como las codificaciones biológicas o las formas de organización propias del socius (Guattari 1996:37–38).