Por Augusto Munaro
Crédito de la foto la autora
El lenguaje de la naturaleza.
Entrevista a Laura Forchetti
Libro de horas (2017), de Laura Forchetti*, primer Premio del Fondo Nacional de las Artes 2016 en Poesía, está trabajado con celo de orfebre. La poeta que nació y vive en Coronel Dorrego (Bs. As., Argentina) desarrolla un poemario íntimo que tuvo como base Aves del Plata, de Guillermo E. Hudson. De este modo despliega la obsesiva óptica del detalle en función de los misterios de la naturaleza, construyendo así, uno de los ejes del libro. Hay en estos poemas, que se enlazan y forman serie dando unidad al conjunto, un trabajo preciso sobre el ritmo. Resplandores de un tiempo íntimo. Un acento lírico autárquico.
Entrevista
Augusto Munaro [AM]: Entiendo que Libro de horas nació luego de una fortuita lectura de Guillermo E. Hudson. ¿Cómo fue el proceso de escritura?, ¿cuánto tiempo te demoró dar forma a su estructura?
Laura Forchetti [LF]: Creo que los encuentros con los libros no son fortuitos, hay una búsqueda mutua, a veces una persecución. Andaba mirando pájaros y preguntando sus nombres y me encontré con Aves del Plata y a partir de ahí descubrí toda su obra de naturalista poeta. Yo venía escribiendo una serie de poemas nacidos de la observación y del contacto con la naturaleza y al leer Allá lejos y hace tiempo tuve un sentimiento de hermandad con Hudson. Recuerdo que copié la línea “Mi mundo era un mundo puramente material y era el mundo más maravilloso” –que es la cita que encabeza la primera parte de Libro de horas– y bajo esa cita empecé a archivar poemas, los poemas que sentía nacidos de esa idea. Fue un proceso largo, algo habitual en mí. Los primeros poemas son del 2011, el último es de junio 2016. En ese momento ya estaba la estructura del libro. Sentía que los poemas conformaban una especie de libro de oraciones sagradas; había buscado en el lenguaje cristiano de mi formación infantil y juvenil los nombres solemnes y dorados de los rezos; quise usar esas palabras como títulos de los poemas y también los meses del año, una suerte de calendario íntimo y local, del pueblo. Libro de horas también es una especie de mapa de mis recorridos habituales, de mi geografía.
[AM]: Primavera, verano, otoño e invierno. Versos que atraviesan, mes a mes, las estaciones del año. ¿Hay alguna más proclive a la inspiración poética?, ¿por qué?
[LF]: No me había detenido a pensar en esto antes, pero en la suspensión que crea tu pregunta, pienso que tal vez el invierno sea la estación más nutritiva. Menos abundancia y más detalle, lentitud y densidad de los sentidos, atención afilada como las estrellas de junio y ese, día a día, a partir del solsticio, comprobar que va creciendo la luz y que se dispone la tierra para empezar otra vez. Es el año nuevo de los pueblos del sur, despierta.
[AM]: Hay una fauna y flora muy precisa que registrás con gran meticulosidad. Pájaros, insectos, los distintos tipos de plantas. Sus ciclos, germinaciones… ¿Cómo lograste alcanzar los grados de atención que se necesitan para capturar ese microcosmos?, ¿desarrollaste algún tipo de metodología para ahondar tu sentido de observación?
[LF]: Nada formal ni ordenado. Vivo en una pequeña ciudad del sur de la provincia de Buenos Aires, con sus horizontes abiertos, todo el cielo a la vista, las casas con patios, ahí nomás la llanura y también el mar. Paso mucho tiempo en Monte Hermoso, junto al mar. Creo que el contacto diario con la naturaleza te enseña a mirar, a percibir los cambios, las pequeñas muertes, el renacer. La observación te trae preguntas, ganas de poner nombres, de identificar, de conocer los procesos, las variaciones, entonces empezás a buscar información, ayuda, ejercitás los sentidos. Por ejemplo, desde ayer a la tarde, en mi casa cerca del mar, escucho el grito del chiflón; no lo he visto aún cruzar el cielo o posado en los árboles o entre los pastos, sin embargo sé que está, que volvió, recibí su señal. El silencio también es un gran maestro.
[AM]: ¿De qué modos el libro te permitió asimilar a la naturaleza?
[LF]: La escritura ayuda a la percepción. El descubrimiento, la curiosidad, la captación del mundo natural –y también humano– despierta, al menos en mí, el deseo de escribir como forma de acercarme a esos mundos. Escribir deteniéndome en los detalles, en los pequeños movimientos, en los sentidos, es una manera de conocer, de entrar en el misterio, no para develarlo –imposible tarea– si no para aceptar que somos parte de ese misterio, esa red sutil que nos sostiene.
[AM]: Tu libro en cierta forma hace un rescate de la lírica. ¿Qué hace que un poeta sea lírico, Laura?
[LF]: Sí con lírica te referís a una poesía centrada en el yo, tal vez lo que hace que mi libro sea lírico es la perspectiva desde la que está escrito. Un poema de Roberta Iannamico dice: “yo/ soy el centro/ de todo/ lo que veo”. Creo que es una buena definición de la lírica. Por supuesto que ese “yo” del poema no necesariamente es el yo de quien escribe. Ahí también hay un juego con la ficción.
[AM]: Por momentos hay referencias explícitas del yo: “y yo// que leo mujercitas/ bajo el alero”, o bien “el viento se acordó de mí”. ¿Dónde ubicarías el sesgo autobiográfico en este libro?
[LF]: Esta pregunta vuelve sobre mi respuesta anterior. Lo autobiográfico en Libro de horas es el eje de la mirada. Los poemas oraciones, el calendario de la tercera parte, las flores y los insectos de mi patio, los viajes, son casi entradas de un diario personal, pero lo autobiográfico no está en la anécdota, está en la perspectiva desde la que se mueve mi mano que escribe.
[AM]: Por cierto, ¿qué lugar ocupa el tiempo en relación a tu poética?
[LF]: En un libro atravesado por la naturaleza, como es Libro de horas, el tiempo ocupa un lugar central. Todos los poemas hablan del tiempo, de la sucesión y de la evanescencia. Desde el título mismo se anuncia que es un libro ordenado en relación al paso del tiempo. Las dos primeras partes aluden a momentos del día: Laudes, la mañana y Lucernarias, el anochecer. En la tercera parte: Salir de casa, los poemas están ordenados según los meses del año; el final, Reloj de la pasión, vuelve sobre el tiempo, sobre la intensidad y la detención.
[AM]: “Reloj de pasión”, poema con el que das cierre al libro, es muy emotivo. ¿Te animás a describirnos su historia?
[LF]: Acababa de leer Allá lejos y hace tiempo y me había impactado cómo toda esa vida en comunión con el paisaje, con los animales y las plantas, una vida al ritmo de la naturaleza, libre, salvaje, había sido abandonada, cambiada por la vida en una sociedad tan estructurada, “civilizada” como era la sociedad inglesa a finales del siglo XIX. En el libro, Hudson cuenta la crisis que sufrió al cumplir quince años sabiendo que debía transformarse en adulto, asumir las responsabilidades del estudio y del trabajo como lo había hecho ya su hermano mayor. Es maravilloso como logra transmitir el sentimiento de confusión y tristeza del fin de la infancia y la entrada en el mundo de los mayores, como una muerte –sumiéndome en la opacidad de la vida hasta que se perdiera… como si hubiera dejado de ver, oír, palpitar –escribe. ¿Qué deseaba entonces, qué quería yo tener? –se pregunta y responde: Sólo quiero conservar lo que poseo, levantarme cada mañana y mirar el cielo y la tierra verde toda mojada de rocío, día tras día, año tras año. Escribí Reloj de la pasión conmovida por esta lectura.
[AM]: ¿Con qué criterio corregís las sucesivas versiones de un poema?
[LF]: Soy bastante obsesiva con la corrección. Desde el primer borrador del poema, una nota a mano en algún cuaderno, hasta la versión que se vuelve final ya en la imprenta hay muchas capas sucesivas de pulido. Leo en voz alta; todo el tiempo leo en voz alta. La música del poema es el criterio central de la corrección: escuchar cómo suena, cómo se suceden las sílabas, las palabras, revisar los cortes de verso, el juego con la ambigüedad, con el orden sintáctico, mover el sentido a través del ritmo.
[AM]: ¿Cuál es la relación que se da entre tu idea personal de libertad y tu trabajo en torno al lenguaje?
[LF]: No sé. Improviso: la escritura, el trabajo con la escritura y con la lectura, te enseña la libertad, abre puertas del mundo interior –¿sólo las abre? ¿O también las construye? Abre el hueco, amura la puerta, te da la llave–. Las palabras van moldeando, desplegando deseos, sueños, pensamientos, ¿o es al revés? Hay autoras que admiro por la libertad que se concedieron con la escritura, Clarice Lispector, por ejemplo.
[AM]: ¿Por qué ese gusto por los versos breves y contundentes?
[LF]: De la escritura inicial del poema, esa posibilidad que es el texto anotado en un papel, al poema que llega al libro, en ese trabajo con los versos, el ritmo, el sentido que se enciende y se apaga en las lecturas sucesivas, me va ganando el silencio, la necesidad de la pausa, del espacio en blanco que suspende el verso para tomar aire o cerrar los ojos o mirar el cielo un instante. Formas de armar un discurso, de decir. Aunque no es una predilección, es algo que se me impone. Admiro los poemas de versos extensos, llenos de pensamientos que se suceden con ritmo veloz, constante, que te ponen en movimiento tras ellos, pero mi respiración es diferente o al menos lo ha sido hasta ahora. Tal vez un día necesite escribir de otra manera. Me gustaría.
[AM]: La composición literaria se vale también de la contribución de otros géneros. Me gustaría te refieras a tu relación con la docencia.
[LF]: Soy maestra de nivel primario y especial, aunque hace varios años que no ejerzo formalmente en escuelas; trabajo coordinando talleres de lectura y escritura creativa. La docencia me da la alegría del encuentro con la gente y, si ese encuentro es a través de la poesía como sucede en los talleres que coordino, se vuelve algo inspirador, que te llena de energía y esperanza. El intercambio con el grupo, las lecturas, la conversación en torno al poema, el descubrimiento de cómo un texto se abre en posibilidades, en interpretaciones, la aceptación de la mirada ajena, la puesta en duda de los saberes propios, es un aprendizaje maravilloso, puede ayudarte a ser mejor persona, a comprender de manera más honda lo humano.
En cuanto a mi propia escritura, además de lo anterior que es esencial, está también el juego que se abre con el lenguaje; escuchar a otras/ otros en su manera de decir, de usar la lengua, descubrir cómo las palabras se abren en abanicos de significados, los usos, las entonaciones, el acento, más las historias que recojo, escucho, copio, guardo y que después entran –con o sin permiso– al poema.
[AM]: ¿Con qué poetas pensás que dialogan tus libros?
[LF]: Cada uno de mis libros es un diálogo con otros,otras poetas. Escribimos en conversación con las lecturas que hacemos, nuestra escritura se teje sobre la trama de esas lecturas. A veces una es consciente de este diálogo que está sucediendo, otras veces no tanto. Sin embargo, creo necesario estar atenta a este diálogo, ayuda a escuchar los propios poemas, a saber algo más de ellos y propicia un maravilloso sentimiento de compañía. En mis libros reconozco el diálogo con la poesía inmersa en la naturaleza y en lo humano de Juanele, de Bellessi, Escudero, Arturo Carrera y también con toda una línea de mujeres que siempre estoy leyendo y releyendo, mis hermanas, desde Emily Dickinson a Alfonsina Storni, poetas de hace siglos o contemporáneas. Una larga lista de nombres cercanos. En Libro de horas, aunque el diálogo explícito es con Guillermo Hudson, también están presentes estos nombres.
[AM]: ¿Cuál es la articulación que hacés entre la vida y la poesía, entre cotidiano e instantáneos poéticos?, ¿acontecen “entrelazados”, como decía Ana Cristina César?
[LF]: Sí, voy y vengo entre esos dos territorios –¿son dos o son el mismo espacio con diferentes densidades o son múltiples y los habitamos con intermitencia o superposición? Lo cotidiano alimenta lo poético. Ayer, una amiga me contaba cómo el verdulero había armado una cuchara con un trozo de cartón para poner orégano en una bolsita y cómo ese gesto había permanecido en ella todo el día, como un verso que nos repetimos de memoria. Podemos escribirlo o no, pero la poesía está ahí, con la mano en alto. Lo poético alimenta lo cotidiano. No sería posible vivir sin esa luz.