Por: María Mascheroni*
Crédito de la foto: la autora
Buscando un dios,
5 poemas de María Mascheroni
corre todavía
el chico en la gallina degollada
sus manos le piden exterminio y no acierta a detenerlas
hasta el séptimo golpe en el riñón recién llegado
corre otra vez
cree que el padre lo mira
cree que va a quererlo
la violencia cada vez le revuelca las tripas
cacarea entre sus manos hasta que su sexo se levanta
misil que lo lleva desalmado por los corredores vacíos
a campo traviesa
entre las zanjas
buscando un dios
la mujer mira hipnotizada con la boca abierta cómo la corriente
sacude y se apodera del cuerpo pequeño
no hay abrazo
para apagar el convulsivo terror
si sobrevive a esto será fuerte
piensa una voz en la cabeza de más años
sabe que si se queda inmóvil contenido el respiro
puede salvarse puede que no la vean
escondida en las llamas del polaco exterminio
bocanadas de aire
para que la niña respire
la quietud como un disfraz
así la hija recibe su herencia sin cedazo
aluvión que pone las cosas en su nombre
la mujer mayor no va a arrodillarse
ni para respirar
ni para pedir a dios
que a su hija llegue la calma
no sabe
cómo sacar la ternura de la estepa
cómo olvidar por un momento al verdugo
que de ahora en más
se enseñorea en la pequeña cabeza infectada de infinito
a rivque y a laura
¿significa eso algo?
desasosegado ante la gota que va a desprenderse
pronta colisión del agua con el agua entre los racimos
un hombre deja repentinamente su oficio
agarra al niño y al morral
veo sus ojos vaciados de historia desconocer el puño en alto
no va a detenerse pienso en el río
no va a detenerse
la bella vejez
hoy tengo un buen día dice
y mira las flores con la punta de los dedos
se cerciora
día a día se cuentan ahora los días de su vida
roza las flores
decide recomenzar con las orquídeas
mientras me cuenta
un interruptor celeste ordena como puede
la partitura inicial de la mañana
olvida que sus ojos no
-la mano o incluso mi relato verán más-
y la escena de pétalos carnosos desata la visión
milagro otra vez entre las ramas negras
detrás de las ramas negras
mi madre tiene hoy un buen día
ochenta y tres años
y un hilo de colores variados
con el que enhebra diaria y delicadamente
su coronilla a los instantes
– alegría de cada siesta en el relámpago-
si dios quiere
yo sólo atino a declinar mi infancia
y alzo las flores ante ella con alegría
como si el abrigo no acabara nunca
la tristeza de los primeros días persuadió con facilidad a las acacias,
a las gargantas fatigadas y cada tarde
la conversación inadvertidamente
halló sus fuentes en aguas lánguidas y claveles del aire
gentilezas materiales a modo de recuerdos
allí se encuentran las amigas
en el muro de las palabras y la idea del amor
algo inquietas incrédulas de madurez
preguntan por la mañana en los espejos cómo es
cómo estoy aquí
en este rostro que me mira con edad
ríen y raspan la superficie de los comentarios
desfilan con alegría bien intencionada por las habitaciones
espaciosas
como si hubiera bien o cercanía
mientras una necesidad terrible mal trazada se hunde
subrepticia en la zona que no se siembra
y produce pequeños desórdenes en sus tocados
pensamientos de aire confuso
arraigo a los claveles