Por Melisa Mauriño*
Crédito de la foto (izq.) Tanta Ceniza Ed. /
(der.) la autora
5 poemas de El vientre del lobo [Un cuento oscuro] (2020),
de Melisa Mauriño
Mamá no está
me dejó sola al borde
del agua.
Giro como un pez-niña
no son parásitos internos, adentro
crece un mundo impenetrable
ambiguo sensual, no importa
qué pueda pasarle al cuerpo que traigo
a partir de ahora.
La picazón del sol trepa
la curva del muslo que reluce
entre las horas caídas encima
es verano.
Me quedo quieta
o me muevo como el agua
para los ojos no vistos
detrás de la nuca o las cortinas
el gruñido animal que sostiene
la escena inicial
en el interior de la casa.
Hay una trampa para ratones
en la punta del helado de agua
frutillas en el fondo de la pileta
tan azul, la piel de perla
la suavidad de mi crin al sol.
Bajo en vertical a buscar mis tesoros
las monedas vencidas, aguanto sin aire
las plantas de los pies se arrugan
la costura del sexo enrojece
la frutilla en los labios se abre.
¿Hombre o mujer?
Ninguno.
Sirena, mirada, agujero
niña desalmada.
Cuando estoy por caer
en la boca del lobo otra vez
vuelvo a escuchar la voz de mamá
su risa detrás de la puerta
y la luz hiriente de las monedas
arrojadas sobre la mesa
me ciega, me regresa al vientre.
Yo me repliego en mi carne
embrionaria, carente de historia
y escribo un cuento de los que se atreven
a contar sin pelos en la lengua
lo que no se puede decir
lo que está prohibido.
En la casa viven nueve gatos
ninguno es mío, ni uno solo
me pertenece
tampoco los muebles, apenas
me adueño del espacio
donde transcurren los acontecimientos
donde las palabras
hacen eco, me adueño
de la tierra seca
que se desprende de mis zapatos
al atravesar la puerta.
Vengo de la guerra, comando
un ejército de soldados diminutos
que se derriten al sol cuando descuido
mis deberes bélicos, la estrategia
que me enseña a sobrevivir
volviéndome invisible.
Los gatos son de la casa, yo
pertenezco al bosque de los sauces
que se tuercen como gritos
y me hacen lugar, piel con piel
para soñar bajo la hipnosis
del cántico que expulsan las chicharras
en el sopor del verano.
A veces ellos, los gatos
custodian el porche y saltan sobre mí
con todas sus uñas, me despedazan
me muerden hasta volverme
tierra de mis zapatos sobre las baldosas
que la abuela baldea sin piedad
hasta el agotamiento
de un modo hermoso, soleado
así
me despedazan hasta dejarme
intacta, igual a mí
antes de ser yo: vacío, palabra, parte
de los acontecimientos.
Alguien me sigue
cuando atravieso cualquier noche
alguien viene detrás
de mí.
Me pongo nerviosa y afilo mis sentidos
giro la cabeza como un búho
360 grados entre el cielo
y el infierno, tengo miedo:
nunca me gustaron las sorpresas.
El bosque está calmo pero alguien
me sigue, pisa mis talones
con sedosa constancia, me apuro
pero mi sombra se proyecta
sobre las flores
que anochecen también detrás de mí.
Mi sombra
es la sombra de un lobo.
Si corro me corre, si camino lento
crece agigantándose y me opaca,
me pide silencio, me amordaza
con su boca en la mía.
Desearía desconocer esa extrañeza
que me divide entre la luz
y el insomnio, la textura amable
de la almohada entre los muslos
el milagro ominoso de no reconocerse
y no saber a ciencia cierta
quién se es.
Alguien me sigue a donde vaya
por mucho que me aleje
viene detrás de mí como una capa
que se alarga en el viento,
no me suelta, no me teme.
Alguien me sigue:
mi sombra
es la sombra de un lobo.
Solo partimos cuando está perdido
nunca antes
aún sin saberlo
el cuerpo percibe
aunque no estemos preparados todavía
para confrontar o apropiarnos
de algún tipo de fe.
Salí a buscar una respuesta
a la muerte,
ella es la única
pregunta válida, un bumerán.
La abuela está muy enferma
(la abuela ya está muerta)
pero una vez iniciado el viaje
no hay modo de saberlo
o detenerse:
camino con la herida
la otra, invisible
excepto en la pisada, la huella
está torcida.
Encontré a Lucy enterrada
junto al manzano,
su tumba debajo de las flores
el eslabón perdido entre el animal
y la mujer:
soy el animal
que aprende a caminar
en dos patas, como si no estuviera siempre
a punto de caer, trastabillando
evito la mueca de dolor
la muesca en mi carne, porque todo
lo que realmente duele
acontece en el cuerpo.
No tengo sombra que detenga mi caída
sombra donde caer que amortigüe
el desencanto, un bote
al que subir para zarpar como ayer
en busca de la luz.
Pasó tanto tiempo
desde esa infancia, esa pequeña
muerte que ya no recuerdo
cómo llegué al bosque ni por qué.
Los días pasados son presente,
existo en el instante, sangro
y reconozco mis bordes,
los agujeros que antes me aterraron
calman mi sed, la renuevan:
el lobo
ha lamido mi herida,
he sido su hueso favorito
y él me alimenta
como si fuera un pájaro
que come de su mano
y ya no puede irse.
*(Buenos Aires-Argentina, 1985). Poeta y narradora. Licenciada en Psicología por la Universidad de Buenos Aires (Argentina). Exresidente de Psicología Clínica del PRIM Hurlingham y de la Residencia Posbásica Interdisciplinaria de Cuidados Paliativos del Hospital Tornú. Cría lepidópteros. Ha publicado en poesía La piel de la oruga (2016), La Dalia Negra y otros poemas criminales (2019), The Joke [la broma] a tribute to Joker (2020) y El vientre del lobo [Un cuento oscuro] (2020); y la novela Nínfula —libro I de La Trilogía de lo perdido— (2019).