Por Paulina Vinderman*
Selección de Claudio Archubi
Crédito de la foto www.espacioculturaloei.org.ar
3+1 poemas de Cuaderno de Dibujo (2017),
de Paulina Vinderman
El blanco de la hoja es pura espera
en el mediodía del mundo.
Mi lápiz se acerca demasiado.
Mi lápiz se aleja demasiado.
Es mi pluma la que esta vez se acerca
al centro como una casa de espejos.
Se acerca a una velocidad de años oscuridad
que nos libera de este único universo.
Deja un borrón a la izquierda junto a un crisantemo
rojo y una frase que habla de una lagartija,
tan inmóvil como el ojo de mi cansancio.
Huele a infancia.
A infancia interrumpida.
Ruego al dios del frío un reloj de arena
y un país de nieve (para que arda mi grito).
El tiempo de mi cárcel lírica es agua robada.
El cántaro ahora guarda la sombra
de una nube, la ceniza del mundo, “las hojas
verdes de la locura” de Schehadé.
No puedo llorar por nada
junto a esta fuente de piedra.
Se va de mí, se va como la historia,
a medida que la leo.
Duermo sobre la infancia otra vez
con mi lámpara caracol y mi lápiz secreto.
El mundo está inmerso en el mundo
y yo estoy fuera.
¿Cómo se dibuja el estar fuera?
Una violeta desorientada sobre la mesa.
Un hueco en la acacia, como una herida vieja.
El cielo toca la tierra y creo adivinar.
Descanso mi mano en el hueco, en el silencio.
Recojo la violeta.
Y espero que la luz converse con la memoria jardín
y me aceche con la dulzura desesperada de
un dialecto.
Una música presentida, improbable,
que me reconozca.
En la carta del monje, el pájaro
está dibujado con esmero con una carbonilla
negro azul.
Tiene los ojos más serios que jamás he visto
y un pico que parece recitar.
Con la carta sobre las piernas, acompaño
a mi sauce, el de la placita de infancia (donde
jugaba a ser institutriz del siglo diecinueve).
Ha envejecido con belleza, sus alfileres
verdes casi tocan las baldosas.
Los sauces no lloran, me había dicho el monje,
agradecen el suelo donde crecen.